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LOS POBRES EN QUIENES JESUCRISTO CONTINÚA SU PASIÓN (Constitución 4)
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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR LOS AMOS Y SIRVIENTES TIENEN EL MISMO DESTINO (Constitución 4)
Eugenio tenfía la convicción de que la sangre del Salvador nos hizo a todos iguales a los ojos de Dios. Desde el comienzo de su ministerio fue un principio en el que insistió, como vemos en los estatutos que escribió para los jóvenes con quienes trabajó después de su ordenación.
La identidad otorgada por la sangre del Salvador debía ser puesta en práctica en todos los sucesos y relaciones de sus vidas. Haciendo eco a la situación social de la época, algunos de los miembros de la Congregación de Jóvenes provenían de casas donde eran sirvientes.
“Mandarán con mucha suavidad a los que les están sometidos, recordando que los empleados domésticos, por más abyectos que parezcan aquí abajo, no están menos llamados a compartir un día la corona inmortal de la gloria que les ha sido adquirida tan bien como a sus amos, por la preciosa sangre de su común Salvador y Maestro”.
Reglamento y Estatutos de la Congregación de Jóvenes, 1813, pág. 24
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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR LA FAMILIA HUMANA ENTERA COMPARTE SU SANGRE (Constitución 4)
“A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10)”. (Constitución 4)
La Hambruna de la Papa azotó a la población irlandesa y el Obispo Eugenio dirigió una carta pastoral a su diócesis solicitando ayuda financiera para Irlanda. En ella encontramos la base de su misión Oblata: su experiencia de conversión al pie de la Cruz y de saberse redimido por la sangre del Salvador. Su misión fue llevar a los demás a la misma comprensión.
El motivo para ayudar a los católicos irlandeses iba más allá de la caridad:
“Que no se diga que pertenece a otro imperio distinto del nuestro; eso sería indigno de la caridad cristiana; todos somos, mientras haya hombres en la tierra, hijos del padre que está en los cielos y el prójimo, uno del otro; hay algo más que eso, los irlandeses son igual que nosotros en la gran familia católica;
No solo nos es común la sangre de la fraternidad humana, sino la sangre de nuestro Redentor, de la que participamos todos en la misma gracia y los mismos sacramentos”.
Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, EO III Circular núm. 2.
Esta profunda convicción de que la sangre del Redentor nos es común a todos, fue la base de la comprensión de Eugenio de que la Iglesia es primordialmente el Cuerpo de Cristo
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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR CRUCIFICADO VEMOS AL MUNDO (Constitución 4)
“La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10). A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10).» (Constitución 4).
Como cooperadores del Salvador, somos invitados a ver al mundo a través de Sus ojos. Eugenio es nuestro maestro. En su primera homilía de Cuaresma en Aix en Provence, dijo a sus feligreses pobres:
“Vengan ahora a aprender de nosotros lo que son a los ojos de la fe.
Pobres de Jesucristo, afligidos, miserables, dolientes, enfermos, cubiertos de llagas, etc., todos ustedes a quienes abruma la miseria, mis hermanos, mis queridos hermanos, mis respetables hermanos, escúchenme.
Son los hijos de Dios, los hermanos de Jesucristo, los herederos de su Reino eterno, la porción escogida de su heredad, vean que debajo de los harapos que les cubren hay dentro de ustedes un alma inmortal hecha a imagen de Dios que está destinada a poseerlo un día, un alma rescatada al precio de la sangre de Cristo, más preciosa a los ojos de Dios que todas las riquezas de la tierra y que todos los reinos del mundo, un alma de la que él es más celoso que de gobernar el universo entero.
Cristianos, conozcan su dignidad…”.
Notas para la primera instrucción en la Iglesia de la Madeleine, E.O. XV núm. 114
¡Qué diferencia habría si nos enseñáramos a ver a todos a través de los ojos del Salvador crucificado!
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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR CRUCIFICADO VEMOS AL MUNDO COMO ÉL NOS VE (Constitución 4)
“La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10). A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10)”. (Constitución 4)
¿Han reflexionado alguna vez sobre lo que Jesucristo vio en las horas que estuvo en la cruz? ¿En cómo vio a la gente a su alrededor?
Eugenio lo supo cuando sus ojos encontraron a Jesús crucificado y su vida cambió.
¿Puedo olvidar aquellas amargas lágrimas que la vista de la Cruz hizo brotar de mis ojos un Viernes Santo?
¡Ay! salían del corazón y nada pudo detenerlas, eran demasiado abundantes para poder ocultarlas a quienes como yo, asistían a aquella emotiva ceremonia. Me encontraba en pecado mortal y era eso precisamente lo que ocasionaba mi dolor”.
Y luego, la mirada misericordiosa y sanadora del Salvador hizo que Eugenio exclamara:
“Jamás mi alma tuvo mayor satisfacción, jamás sintió más felicidad; y es que en medio de aquel torrente de lágrimas, a pesar de mi dolor, o más bien a través de mi dolor, mi alma se lanzaba hacia Dios, su único bien, cuya pérdida sentía vivamente”.
Diario de Retiro, Diciembre 1814, O.W. XV núm.13
Eugenio describe su experiencia a través de los ojos de su Salvador crucificado en otras palabras:
“Meditación del hijo pródigo. A nadie se puede aplicar mejor esa parábola que a mí.
… ¿Pensaba en volver a mi buen padre, cuya gran ternura había experimentado tantas veces? No, hizo falta que él mismo, llevando al máximo su gracia, viniera a llevarme, a arrancarme de mi despreocupación, o más bien viniera a sacarme del lodazal donde me había hundido y del que me era imposible salir por mí mismo. Difícilmente en ocasiones deseaba dejar mis harapos para estar revestido con el vestido nupcial”.
Notas de Retiro previo a su ordenación, Diciembre1811, O.W. XIV núm.95
A través de la mirada de su Salvador crucificado, Eugenio proclamó:
“Feliz, mil veces feliz de que ese Padre bondadoso, a pesar de mi indignidad, me haya otorgado la inmensa riqueza de su misericordia”.
Diario de Retiro, Diciembre 1814, EO XV núm.130
REFLEXIÓN
¿Qué sucede cuando los ojos del Salvador crucificado se encuentran con los míos…?
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ES SOLO A TRAVÉS DE LA CRUZ QUE PODEMOS SER AUTÉNTICOS PEREGRINOS DE LA ESPERANZA (Constitución 4)
“La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10)”. (Constitución 4)
Quienes nos rodean pueden cansarse de nuestras hermosas palabras, deseando VER y experimentar el Misterio Pascual en y a través de nosotros. Si la Cruz de Jesucristo realmente tiene un lugar central en nuestras vidas, será visible en forma automática.
Con frecuencia tendemos a enfocarnos solo parcialmente en la cruz, olvidando que es la puerta hacia la resurrección y la plenitud de vida. “Llevar nuestra cruz” a diario es una invitación a reconocer el sufrimiento de Jesucristo en el propio, acompañándonos en todo lo que es oscuro y doloroso en nuestras vidas, al punto de gritar junto con Él, “¿Dios mío, por qué me has abandonado?”
Sin embargo, puesto que la cruz y la resurección son esenciales en nuestras vidas y misión, “… es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo»”. Solo a través de la Cruz nos convertimos en verdaderos peregrinos de la esperanza, testigos de la nueva vida y de la certeza de la promesa de nuestro Salvador: “… yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
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VIVIR A JESUCRISTO CRUCIFICADO (Constitución 4)
“Vivir a Jesucristo crucificado” es el título de la Constitución 4 en la versión en inglés de las Constituciones y Reglas. En la versión en español dice sencillamente “Jesucristo crucificado». Sin embargo, considero que en inglés captura lo que significa poner en práctica la declaración de que “La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión”. Eugenio nos da un vistazo de cómo hacerlo, al escribir utilizando la imagen de un pintor, cuando era seminarista:
“Se conforma a Jesucristo
Semejanza del pintor que copia un modelo.
Lo coloca en el lugar más luminoso,
lo mira atentamente,
se concentra en él
trata de grabar su imagen en el espíritu,
traza luego en el papel o en la tela algunos rasgos que confronta con el original,
los corrige si no son del todo conformes, y si lo son, continúa…”.
Libro de ejercicios no publicado, del Archivo General OMI
Eugenio no buscaba transformarse en una reprodución fotográfica exacta de Jesús Salvador, que es irrealista e imposible. Como un artista, la espiritualidad de Eugenio consiste en concentrarse atentamente en el modelo, permitiéndole luego expresarse a través de la visión de la experiencia del artista y comprensión de la persona y del mundo en que habita.
Eugenio invita a cada uno de nosotros, los miembros de su familia carismática, ¡a seguir su ejemplo y convertirnos en artistas!
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LA CRUZ DE JESÚS OCUPA EL CENTRO DE NUESTRA MISIÓN (Constitución 4)
La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión (Constitución 4)
Hemos visto nuestro llamado y respuesta en las Constituciones 1 y 2, y ahora veremos la Constitución 4, que es el punto focal de nuestra vocación como cristianos en la Familia Oblata.
Conocemos bien el viaje de conversión de Eugenio, por lo que no nos sorprende comprender que la Cruz era central en su vida y misión, al igual que en la nuestra.
La Constitución 59, que se refiere a nuestros novicios, aunque nos aplica a todos en la actualidad, resume el viaje espiritual de Eugenio:
“La etapa del noviciado concluye con el compromiso, libre e impregnado de fe, en la Congregación. Tras haber experimentado el amor del Padre en Jesús, el novicio consagra su vida a manifestar ese amor. Confía su fidelidad a aquél cuya cruz comparte y en cuyas promesas espera”.
Después, vemos la misma idea en la Consttitución 63:
“La cruz oblata, recibida el día de la profesión perpetua, nos recordará constantemente el amor del Salvador que desea atraer hacia sí a todos los hombres y nos envía como cooperadores suyos”.
Lo que se menciona acerca de la cruz en los primeros votos de los novicios y la oblación perpetua de los post-novicios, aplica a la vocación de cada miembro de la Familia Carismática Oblata: ¡la cruz de Jesucristo es en verdad central en nuestra vida, espiritualidad y misión!
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LA OBLACIÓN DEL BEATO PAUL THOJ XYOOJ, CATEQUISTA LAICO
“Esforzándose por reproducirle en la propia vida, se entregan obedientes al Padre, incluso hasta la muerte, y se ponen al servicio del pueblo de Dios con amor desinteresado. Su celo apostólico es sostenido por el don sin reserva de la propia oblación, oblación renovada sin cesar en las exigencias de su misión”. (Constitución 2)
El ideal Mazenodiano lleva a los Oblatos, en un amor desinteresado, a dar todo por la gente como cooperadores del Salvador, incluso hasta la vida. El Beato Joseph Cebula, los Mártires Oblatos de España y de Laos han sido reconocidos por la Iglesia como mártires. No son los únicos, pues hay cerca de 200 que han perdido la vida por su ministerio. En España tenemos al laico Beato Cándido Castán, quien fue asesinado con el grupo de mártires Oblatos.
Sin embargo, hoy quisiera destacar a un laico en peligro de ser olvidado, a quien considero como uno de los “santos patronos” de los miembros laicos de nuestra Familia Carismática.
Paul Thoj Xyooj, quedó cautivado por la visión de la misión de los Oblatos y se asoció a ellos, compartiendo su oblación extrema, de martirio. Nacido en 1941, hijo de un jefe local en la Provincia de Louang Prabang, estuvo en el primer grupo de catecúmenos de los recién llegados misioneros Oblatos. A los 16 años expresó su deseo de convertirse en sacerdote y fue al seminario menor. Dándose cuenta de que su llamado era al matrimonio en vez del sacerdocio, dejó el seminario y se hizo catequista, trabajando con los Oblatos y los Hmong, lo que fue invaluable por saber el idioma que los misioneros luchaban por aprender. La sencillez de su fe era contagiosa (y hace sonreír), al leer el testimonio de su enseñanza:
“Son personas con el pecado original, por lo que son pecadores y solo tendremos una vida en esta tierra, muriendo y volviendo a ella. Sin embargo, Dios nos ama mucho y nos nos ha abandonado; es por ello que envió a su único Hijo Jesús, quien fue crucificado para asumir todos nuestros pecados. Estuvo sepultado por tres días y resucitó de nuevo. Está con su Padre en el cielo. Jesús volverá a los creyentes para resucitarlos, como él resucitó. Así que todos los hombres serán apuestos y las mujeres serán hermosas, todos tendrán salud y vida eterna. Vivirán con Dios en el Cielo, con amor, como las aves que vuelan en el cielo sin tener que trabajar, aunque teniendo comida y ropa por toda la eternidad”.
A los 19 años Xyooj acompañaba al P. Mario Borzaga en sus viajes misioneros a las aldeas pobres y fue capturado por los rebeldes. Rehusándose a abandonar al Oblato, también murió como mártir. Como miembro de la Familia Mazenodiana, fue beatificado junto con 6 Oblatos, continuando como ejemplo de vivir de forma heroica nuestra visión de fundación y como intercesor para todos los miembros de la familia universal de Eugenio, en la búsqueda de vivir nuestra oblación.
Los testigos han dicho que en sus últimos momentos pidió a los rebeldes no asesinar al P. Borzaga:
El joven laosiano dijo, “No lo maten, porque no es americano, sino italiano y es un muy buen sacerdote, amable con todos; ¡solo hace el bien!”, “pero no quisieron creerle y luego dijo: “No me voy a ir, me quedaré con él; si lo matan, a mí también”. “Donde él muera, yo moriré, y donde viva, ahí viviré”. “Los rebeldes respondieron: “Realmente eres necio, ¿así que quieres morir también?” “Respondió ¡Sí! Y ambos fueron asesinados”.
Beato Paul Kyooj, reza por nosotros.
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EL DON SIN RESERVA DE LA PROPIA OBLACIÓN (Constitución 2)
“Esforzándose por reproducirle en la propia vida, se entregan obedientes al Padre, incluso hasta la muerte, y se ponen al servicio del pueblo de Dios con amor desinteresado. Su celo apostólico es sostenido por el don sin reserva de la propia oblación, oblación renovada sin cesar en las exigencias de su misión”. (Constitución 2)
Al mirar la Cruz el Viernes Santo, Eugenio se sintió abrumado por el amor de Dios que entregó todo por él. La respuesta del joven fue la oblación: dar todo por Dios:
“Qué ocupación mas gloriosa que hacer todo y por todo únicamente por Dios, amarle sobre todas las cosas, y amarle mucho más, por cuanto he tardado en amarle”.
(Diario de Retiro, Diciembre 1814, EO XV núm. 130).
La oblación se convirtió en la característica principal de su vida como persona, como sacerdote, como fundador, como Superior General y como Obispo.
“Toda mi vida he deseado morir víctima por la caridad. Sabes que perdí esa corona desde los primeros años de mi ministerio. Dios tenía sus designios, ya que deseaba encargarme de dar una nueva familia a su Iglesia…”.
Carta de Eugenio a Henri Tempier, Septiembre 12,1849, EO. X núm. 1018
Todos los miembros de la Familia Oblata son llamados a impregnarse de e interiorizar su espíritu.
“Nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado la tarea de atender y continuar la gran obra de la redención de los hombres.
Es únicamente hacia ese objetivo que deben tender todos nuestros esfuerzos; mientras no hayamos empleado toda nuestra vida y dado toda nuestra sangre para lograrlo, no tenemos nada que decir; con más razón cuando solo hemos tenido unas gotas de sudor y algunas pequeñas fatigas”.
Carta al Padre Tempier, Agosto 22, 1817
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