En el ministerio de Eugenio le encontramos acompañando a los agonizantes y permaneciendo con ellos hasta el último momento. Quería estar seguro de que la persona tuviera una muerte apacible y no cayera en la tentación de la desesperación y se alejara de Dios. Lo confirmamos en la Regla para la Congregación de Jóvenes:
Art. 50. Terminadas las oraciones en la iglesia, el Sr. Director se trasladará al lado del enfermo, al que no abandonará más que por cortos intervalos. No es en esos momentos decisivos para la salvación de sus queridos hijos en Jesucristo cuando lo abandone a las sugerencias del pérfido enemigo de sus almas.
Statuts XIV, §2 Envers les congréganistes malades
Fortunato de Mazenod, tío de Eugenio, quien vivía con los Misioneros en Aix, fue testigo constante de ello. Le escribió al padre de Eugenio:
Sabes que no abandona un instante las almas confiadas a sus cuidados cuando están en peligro de perder la vida.
Carta de Fortunato de Mazenod al padre del Fundador, 1 de abril de 1819,
Archivos, Roma APR FB V 1-7
Esta preocupación por el bienestar de los moribundos quedó plasmada en la Regla de los Misioneros, quienes acompañaban a la guillotina a los prisioneros condenados a muerte:
Se los acompañará hasta el cadalso, de donde los misioneros no bajarán hasta haber recibido el último suspiro de los pacientes, de los que han sido encargados de defender contra todos los asaltos del demonio, las agonías de la muerte y el peligro de desesperación.
Règle de 1818, Première partie, Chapitre troisième §4 Prisons