Al continuar con las reflexiones de su retiro, Eugenio evaluaba cómo dividía su energía al interactuar con los demás:
En mis relaciones con el prójimo, fuera de la comunidad
Estas relaciones deben estar siempre subordinadas a los deberes que tengo que cumplir como jefe de la casa de la Misión y encargado de la juventud.
Soy en primer lugar el servidor de mis hermanos y de mis hijos y luego el de todo el mundo.
Notas de Retiro, Mayo 1818, O.W. XV, n. 145
De forma particular, debía dedicar mucho tiempo de calidad a la formación de los prospectos a Misioneros, Jacques Jeancard, quien había recibido su formación de Eugenio, rememora (en un estilo santoral del Siglo XIX):
La sociedad aún existía en forma emergente, … la semilla de mostaza que habría de convertirse en el árbol cuyas ramas se extenderían más allá de lo que imaginábamos en ese tiempo.
Al seguir la divina inspiración que recibimos de buscar por doquier sacerdotes dispuestos a sacrificar todo por Dios y congregarse para trabajar con él para la santificación de las almas en las misiones, M. de Mazenod había soñado al mismo tiempo en formar a su alrededor algún tipo de escuela de apóstoles, continuando así el generoso proyecto y siendo el elemento a través del cual se desarrollara. Los jóvenes mencionados antes fueron los primeros alumnos de esta santa escuela. El mismo M. de Mazenod cuidaba de ellos, convirtiéndose en su director espiritual y maestro de novicios. Siempre estaba preocupado por su educación: durante el recreo, en sus caminatas (cuando el horario le permitía acompañarles), en su habitación, en la sala de reunión, en la capilla y finalmente en todas las circunstancias en las que trataba de animarles con el espíritu de Dios.
Es entonces que podemos decir que el ambiente de la casa estaba permeado de este espíritu; le respirábamos constantemente y no respirábamos ningún otro. Vivimos en una atmósfera apostólica por completo. Hay que mencionar que todos los sacerdotes de la comunidad aún la conservan.
Melanges historiques sur la Congregation des Oblats de Marie Immaculee
(Tours, 1872), pp. 26 et 27.
¿Qué hizo, en realidad, nuestro Señor Jesucristo cuando quiso convertir al mundo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos que él mismo formó en la piedad y llenó de su espíritu y, una vez instruidos en su doctrina, los envió a la conquista del mundo que pronto habían de someter a su santa ley.
Reglas 1818