¿Por qué se dio tan generosamente Eugenio al ministerio con los jóvenes? Claramente, porque ellos eran, entre todos, los más abandonados de la sociedad, religiosamente hablando. Estos párrafos de apertura del Diario que él escribió de su ministerio con la juventud, muestra su abandono en un lenguaje fuerte. Es más largo del extracto que usualmente está publicado hoy, pero da un cuadro aterrador de la situación en Francia; y hace eco de los mismos sentimientos del Prefacio. ¡Quizás llegue a ser incluso más alarmante hoy, cuando vemos cómo muchos de nuestros jóvenes parecen estar en una situación similar!
No es difícil darse cuenta de que el plan del impío Bonaparte y de su infame Gobierno es el de destruir enteramente la Religión Católica en los Estados que ha usurpado. Como el apego de la mayoría de los pueblos oprimidos a la fe de sus padres le parecía un obstáculo para la realización del execrable proyecto que ideó como útil para su infernal estrategia, parece haberse limitado a aguardar los efectos del tiempo y de los métodos por él empleados, mientras tanto, a fin de lograr sus metas.
Entre todos los medios, con el que más cuenta, es con la desmoralización de la juventud.
El éxito de sus medidas es espantoso. Ya está cubierta la superficie de Francia de liceos, escuelas militares y otros establecimientos donde la impiedad es alentada, las malas costumbres son al menos toleradas, y el materialismo es promovido y aplaudido.
Todas esas horribles escuelas se pueblan de jóvenes sacrificados por la avaricia de sus padres al incentivo de un puesto gratuito o de una media beca, a la esperanza de un progreso que solo se promete a los adeptos. Los vacíos se llenan con desgracia-das víctimas que el tirano arranca sin piedad del seno de sus familias para forzarlos a beber de esa copa envenenada donde van a encontrar el germen de su inevitable corrupción. Ya la obra está en gran parte consumada. Un estudiante de liceo de 15 años, un alumno de una escuela preparatoria, de una escuela militar, de la escuela politécnica, un paje, etc. son otros tantos impíos que casi no dejan esperanza de volver a sus buenas costumbres, a los buenos principios religiosos y políticos. Son educados a no reconocer más Dios que Napoleón. La voluntad de esta nueva providencia que les promete impunidad para sus vicios y promoción para su ambición es la única regla de su conducta, el único móvil de todas sus acciones. Así se los ve, a la menor señal de su ídolo, volar adonde los llama su voz, dispuestos a cometer todos los crímenes que le guste exigir de la sacrílega sumisión de ellos. Este cuadro es espantoso, pero es real, y yo podría oscurecerlo aún más sin temer ser tachado de exageración. A más de lo que es patente para todos los ojos y puede ser visto por todos, yo tengo ante mí miles de pruebas de lo que afirmo.
Diario de la Congregación de la Juventud, el 25 de abril 1813, E.O. XVI