La vocación y la vida del Misionero estaba presentada, en términos entusiastas, en el primer párrafo del prólogo, y los miembros era exhortados a permitir ser ellos mismos transformados por estos grandes ideales. Ahora Eugenio continua mostrando que esta transformación no es un don caído del cielo, sino que es necesario trabajar para llegar a ese estado. La ruta está trazada claramente y sin error en la Regla:
Para llegar a este fin tan deseable, deben también aplicarse con el mayor cuidado a tomar los medios más aptos para llevarlos al fin que se proponen y no apartarse nunca de las reglas prescritas para asegurar el éxito de su santa empresa y mantenerlos a ellos mismos en la santidad de su vocación.
Llegar a ser plenamente lo que presentan los ocho puntos del retrato robot del párrafo de apertura es el objetivo y el resultado de vivir de un modo totalmente acorde a la Regla. No solo individualmente, puesto que la Regla ofrece una clara identidad, unidad y fuerza a todo el cuerpo de Misioneros, y asegura su continuidad y sus frutos en las vidas de aquellos a los que se dirige su ministerio.
El ejemplo de los santos y la razón nos prueban claramente que es necesario, para mantener el buen orden en una sociedad, fijar ciertas reglas de conducta que reúnen a todos los miembros que la componen en una práctica uniforme y en un espíritu común: eso es lo que constituye la fuerza de los organismos, mantiene en ellos el fervor y asegura su permanencia.
Avant propos, Règle de 1818, Missions, 78 (1951) p.11
“Las acciones surgen no desde el pensamiento, sino desde una buena disposición para la responsabilidad”. Dietrich Bonhoeffer.