En torno al año 415 D.C. Juan Casiano había establecido el primer monasterio en Marsella, en el Oeste de Europa –un concepto que iba a inspirar a Benito a hacer lo mismo en el siguiente siglo. El Provenzal Eugenio habría estado orgulloso, con razón, de este hecho, y del desarrollo y del éxito de incontables monasterios en Francia. Posteriormente, la Revolución Francesa, destruyó todo esto.
En este contexto, Eugenio quiso que sus Misioneros llenaran este vacío y por eso estableció el segundo fin de la Sociedad:
Art. 1. El fin de esta agrupación es también suplir en cuanto es posible a la falta de tantas hermosas instituciones desaparecidas con la revolución, que han dejado un terrible vacío, del que la religión se da más cuenta cada día.
No era una cuestión de reconstruir los monasterios, sino de formar un grupo apostólico activo de misioneros que llevarían en la calidad de su vida y ministerio algo del espíritu de estas antiguas Órdenes monásticas. Ciertamente, la presencia en la vida de Eugenio del hermano trapense Maur, desde 1812 hasta 1815, habría jugado un papel importante en que la conciencia de la vida monástica de Eugenio se agudizara.
Art. 2. Por eso tratarán de hacer que revivan en sus personas la piedad y el fervor de las órdenes religiosas destruidas en Francia por la Revolución; se esforzarán por sustituirlas en sus virtudes como en su ministerio y en las más santas prácticas de su vida regular, tales como el ejercicio de los consejos evangélicos, el amor del retiro, el menosprecio de los honores del mundo, el alejamiento de la disipación, el horror de las riquezas, la práctica de la mortificación, el rezo del oficio divino públicamente y en común, la asistencia a los moribundos, etc.
Los monasterios habían sido pioneros de la educación en Europa, de este modo fue esta preocupación por la juventud lo que también motivó a Eugenio en su ministerio con los jóvenes (el cual hemos analizado en detalle en las entradas de las semanas previas).
«Art. 3. Por eso también los miembros de esta Sociedad se dedican además a instruir a la juventud en sus deberes religiosos, a apartarla del vicio y de la disipación, y a habilitarla para cumplir como es debido las obligaciones que la religión y la sociedad tienen derecho a imponerle en los diversos estados a los que se destina.
1818 Règle, Première partie, Chapitre premier. De la fin de l’Institut. § 2.
Missions, 78 (1951) p.13-14
Con la caída de Napoleón, las órdenes monásticas comenzaron a ser restauradas, y la preocupación de Eugenio dejó de ser necesaria, a excepción de lo que se refiere a aprender de su ejemplo el que toda la jornada esté enfocada al ideal de una plenitud de vida en Dios.
Hoy lo expresamos así:
Nuestra misión es proclamar el Reino de Dios y buscarlo sobre todo (cf. Mt 6, 33). Cumplimos esta misión en comunidad, que es un signo de que, en Cristo, Dios lo es todo para nosotros.
CC&RR Constitución 11