La empresa es difícil, no me lo disimulo, y hasta no carece de peligro, pues me propongo nada menos que contrariar con todo mi poder, los planes siniestros de un Gobierno suspicaz que persigue y destruye todo lo que no le secunda; pero nada temo porque pongo toda mi confianza en Dios y solo busco su gloria y la salvación de las almas que él ha rescatado por su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, a quien se den gloria, honor y poder por los siglos de los siglos.
Diario de la Congregación de la Juventud, el 25 de abril 1813, E.O. XVI
Para ayudarnos a palpar algo de a lo que se está refiriendo san Eugenio, he aquí dos extarctos del Catecismo Imperial que Napoleón había publicado en 1806.
Pregunta: ¿Cuáles son los deberes de los cristianos hacia los príncipes que les gobiernan y cuáles son, en particular, nuestros deberes hacia Napoleón I, nuestro Emperador?
Respuesta: Los cristianos deben a los príncipes que les gobiernan y nosotros, en particular, debemos a Napoleón I, nuestro Emperador: amor, respeto, obediencia, lealtad, servicio militar y los impuestos ordenados para la preservación y defensa del Imperio y de su trono; también le debemos nuestras fervientes oraciones por su seguridad y para la prosperidad espiritual y secular del Estado.
Pregunta: ¿Por qué debemos cumplir con todos estos deberes para con nuestro Emperador?
Respuesta: Primero, porque Dios, quien crea los Imperios y los reparte conforme a su voluntad, al acumular sus regalos en él, le ha establecido como nuestro soberano y le ha nombrado representante de su poder y de su imagen en la tierra. Así que el honrar y servir a nuestro Emperador es honrar y servir al mismo Dios. En segundo lugar, porque nuestro Salvador Jesucristo nos enseñó con el ejemplo y sus preceptos que nos debemos a nuestro soberano, porque nació bajo la obediencia a César Augusto, pagó los impuestos prescritos y en la misma frase donde dijo ‘Dad a Dios lo que es de Dios’ también dijo ‘Dad al César lo que es del César’.