Siendo constante en la guía a sus Misioneros para que trabajen la calidad de su “ser”, la Regla de 1818 de Eugenio pone de manifiesto la importancia de la virtud de la humildad.
Este es el modo en que conseguirán familiarizarse con la santa virtud de la humildad, que pedirán continuamente a Dios.
Viniendo de la palabra latina para “tierra” (“humus”), no tiene nada que ver con la caricatura de la falsa piedad de humillarse a uno mismo. Leyendo sus escritos, creo que podemos decir que, para Eugenio, humildad era mantenerse firmemente con los pies en la tierra. Se trataba de que Dios y el Misionero ocuparan el lugar que les corresponde en su relación.
…ya que es absolutamente necesario para el arriesgado ministerio al que se han comprometido. Tan ricos, ciertamente, son los frutos de este ministerio, que es de temer que esos maravillosos logros – puesto que son una gracia en sí mismos y cuya gloria, como consecuencia, pertenece sólo a Dios – puedan suponer una trampa peligrosa para un misionero imperfecto, que no ha cultivado lo suficiente esta virtud fundamental e indispensable.
Regla de 1818, Segunda parte, Capítulo primero, Otras observaciones principales
Humildad es que el Misionero se centre en Dios y nunca olvide que él es el co-operador de Dios, un instrumento de salvación de Dios.
Encontramos en Jesús la misma preocupación por sus apóstoles tras el milagro de la multiplicación del pan “Enseguida hizo que sus discípulos subieran a la barca y fueran delante de Él al otro lado, a Betsaida, mientras Él despedía a la multitud.” Marcos 6:45.
Imitando a Jesús, Eugenio quiere que todo el honor y la “gloria” de sus éxitos misioneros vayan a Dios y no a las cabezas de los Misioneros.
Su preocupación es mantener firmemente los pies en la tierra y dejar que el Salvador actúe por medio de ellos.
“Humildad no es pensar que eres menos, es pensar menos en ti.” Rick Warren