Para Eugenio, darse cuenta de que Jesús era su Salvador lo llevó a tener una visión interior de una vida comprometida a vivirlo “todo para Dios” – o un estilo de vida de “oblación”, como él expresó posteriormente. Tan poderosa fue esta experiencia de conversión, que dedicó su vida a que los demás tuvieran su misma experiencia de salvación. En otras palabras, a invitar a otros a “ser” como a él mismo le enseñaron a “ser” en su relación con Dios.
La Regla de 1818 tenía como propósito este guiar a los demás para que experimentaran lo mismo. Esto les obligaba a renovarse constantemente y a que desarrollaran su visión interior a través de un programa diario.
Además de rezar parte del Oficio Divino todos juntos, también:
Se hará la oración mental en común en dos tiempos del día; de mañana, desde después de la oración de la mañana, por lo menos durante tres cuartos de hora, y por la tarde, en torno al altar como visita al Santísimo Sacramento, durante media hora.
Se harán especialmente las meditaciones sobre las virtudes teologales, sobre la vida y las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo, que los miembros de la sociedad deben reproducir vivamente en ellos.
Y cada mes, tendrán en cuenta, en particular una de esas virtudes para practicarla mejor y ejercitarla más especialmente. Harán también sobre esta misma virtud sus exámenes particulares y sus conferencias espirituales.
Regla de 1818, Parte Dos, Capítulo Uno. § 5 De la oración y los ejercicios de piedad
A esto se le añadió la obligación de leer cada día un libro espiritual durante 30 minutos.
“Una vida es toda espiritual o nada espiritual. Ningún hombre puede servir a dos señores. Tu vida está moldeada por el fin que persigues. Estás hecho a la imagen de lo que deseas.” Thomas Merton