Se dice que “el hábito no hace al monje” – pero a lo que Eugenio quiere llegar en este artículo de la Regla es que nuestra apariencia exterior puede ser indicio de una actitud interior.
No le estará nunca permitido al misionero rizar sus cabellos, ni llevar hebillas en los zapatos, ni sortijas en los dedos. Todo estará en él y sobre él con la más grande sencillez.
Regla de 1818, Segunda Parte, Capítulo Uno, otras observaciones principales
Recuerdo que hace años los Oblatos más veteranos bromeaban sobre la prohibición de tener hebillas en sus zapatos [se referían a las recargadas hebillas de plata que llevaban los clérigos más acomodados en el siglo XIX], todavía sonrío al ponerlo. Las costumbres han cambiado en doscientos años, pero el meollo de esta regla es importante todavía.
Escucho a Eugenio diciendo: no imitéis a algunos de los sacerdotes ostentosos de la época, que se preocupaban más de su apariencia y de continuar con la moda que de su estado interior y de la calidad de su vida y su mensaje: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura.” Mateo 6:33
Hoy, la Regla Oblata expone el mismo principio
Evitan, por tanto, todo lujo y toda apariencia de lujo, toda ganancia inmoderada y toda acumulación de bienes. Sometidos a la ley común del trabajo, y contribuyendo cada uno, por su parte, al sostenimiento y al apostolado de su comunidad, aceptan con alegría no tener a su disposición las comodidades que podrían desear.
CC&RR, Constitución 21
“A medida que envejecía, me daba cuenta de que era mucho mejor insistir en las auténticas formas de la naturaleza, la simplicidad es el mayor adorno del arte.” Albrecht Durer