Por temperamento, Eugenio era un líder talentoso que estaba acostumbrado a participar en todo – para describirlo en términos actuales, podríamos utilizar la expresión de tener tendencia a la “micro-gestión”. Al llegar a Barjols, lleno de entusiasmo y listo para predicar y a una entrega generosa con sus compañeros, reanuda el relato:
Cuando llegamos a la Iglesia la encontramos rellena y había tanta gente fuera como dentro. Desgraciadamente, me habían dicho repetidamente que la Iglesia era ingrata, lo que es falso. Viendo esa muchedumbre inmensa, forcé mi voz en el discurso de apertura, que hice en francés; la forcé más en los avisos que hice en provenzal que prolongué más tiempo, ya que había hablado en francés en el discurso.
El resultado de todo eso, es que no puedo predicar. Di los avisos ayer tarde, suavemente sin levantar la voz; fui escuchado en el mayor silencio; pero predicar no debo ni soñarlo.
Su frustración es evidente:
Estoy decididamente en dique seco, mi querido amigo; mi débil pecho se niega absolutamente a cumplir su servicio, y tengo el dolor de no poder forzar a ese »bicho” a cumplir sus obligaciones. Se encabrita, y, cuando quiero obligarle a predicar, se niega a hablar; si no quiero quedar mudo es preciso que obedezca a sus caprichos y que me quede de espectador y de simple oyente de las buenas cosas que otros dicen.
Percibid lo divertido que es eso en una misión, y sobre todo en una misión como esta en la que la Iglesia no es suficientemente ancha para contener a los que quieren aprovecharse de ella.
Debe aceptar su silencio forzado, escuchar los sermones de sus cinco compañeros y sacar lo mejor de la situación – en la que normalmente él habría sido el animador principal. Fue una invitación a “Soltar y permitir a Dios”:
Hay que tener paciencia, ya que Dios lo quiere así.
Carta a Henri Tempier, el 10 de noviembre 1818, E.O. VI n.32
“La enfermedad siempre me ha acercado más al estado de gracia.” – Abbé Pierre