Algunos años antes Eugenio había escrito respecto a servir a Dios en situaciones que no le resultaban en nada interesantes:
si por cansancio del cuerpo y de la mente, quiero buscar algún descanso en una buena lectura o en la oración, etc. y los asuntos de la casa me obligan a hacer diligencias pesadas o visitas molestas, persuadido de que hay que dar siempre la preferencia a lo que Dios exige sobre lo que uno desearía, etc., no vacilaré y haré eso de tan buen talante que, en el supuesto de poder elegir, preferiría lo que exige el servicio que Dios me ha confiado a aquello que me gustaría más. Mejor todavía, trataré de llegar a amar más lo que es más conforme a la voluntad del Señor, que es lo único que ha de regular no sólo mis acciones sino también mi afectos..
Notas de Retiro, Julio-Agosto 1816, EO XV núm. 139
No es a menudo que encontremos a Eugenio bajando la guardia y escribiendo algún comentario humorístico sobre alguien. Al escribir al joven Adolphe Tavernier, de 20 años de edad – miembro de la congregación de la juventud y después abogado, con quien mantendría una amistad de por vida – describe una visita aburrida y cómo se las arregló para recibirle pacientemente:
Ayer, por ejemplo, estaba releyendo tu cartita y te iba a contestar cuando el aburrimiento en persona vino a meterse en mi casa, revestido con todos los atavíos; se sentó en mi pobre canapé como en su trono y haciendo el gracioso a su modo, se halló ahí tan bien que no rebulló hasta las nueve. Bendita sea esa campana que vino, ¡ay! demasiado tarde, a liberarme de sus terribles golpes. Si al menos se me hubiera permitido dejar que la causa produjera sus efectos naturales, me habría dormido con el más profundo sueño a los pies mismos de ese trono en que estaba consternado. Pero no: mi triste tarea consistía en hacer violencia a la naturaleza y entretener al personaje que me estaba matando.
Carta a Adolphe Tavernier, el 12 de octubre 1819, EO XV n.151
“Ten paciencia con todo, pero antes que nada, contigo mismo.” San Francisco de Sales