Con la predilección por aquéllos a quienes no llegaban las estructuras de la Iglesia, los Misioneros llegaban a varios grupos que necesitaban un enfoque o mensaje particular.
Al reflexionar en ello hoy en día, tal vez nos podamos preguntar “’¿Quién me necesita más?” ¿Cuál celda debo visitar en la prisión?
Los prisioneros era un grupo de personas que encajaban en la categoría de los “más abandonados”. Mariusz Suzanne describe este ministerio durante la misión en Aix:
No han temido bajar a los calabozos oscuros, para consolar a unos desdichados a los que la justicia inflexible de los hombres castiga con una rigurosa pero indispensable severidad, y a quienes las alegrías santas de la religión de Jesucristo son casi desconocidas. Los éxitos más consoladores han coronado sus penosos trabajos: el día siguiente de la Ascensión, cuarenta de ellos han tenido la dicha de acercarse a la Mesa del Señor, varios incluso por primera vez. Un etíope ha recibido el bautismo, y un calvinista, después de haber abjurado de los errores de su secta, ha recibido la misma gracia. No sé lo que era, pero estaba interiormente satisfecho de ver a nuestro divino Salvador, apresurarse a aliviar las dolorosas penas de estos infortunados, venir de alguna manera a asociarse a sus miserias, y dar a su alma desolada, los dulces consuelos de un amor tierno y compasivo.
¡Pero lo estuve mucho más todavía la tarde del mismo día, cuando vi a estos desventurados acercarse, con respeto, al Altar sagrado y lavar una mano temblorosa, para jurar a Dios una fidelidad inviolable, ante una numerosa asamblea! Un pobre presidiario que arrastraba, con dificultad, una cadena pesada, excitaba sobre todo mi compasión. Su rostro abatido, los harapos de que estaba cubierto, las lágrimas que vertía en abundancia, los males que tenía que sufrir, el contraste sorprendente que me presentaba la religión, que toca el corazón y que perdona, con la ley que castiga y que hacer sufrir…
M. SUZANNE, “Algunas cartas sobre la misión de Aix”, pág. 41-43.
«Mis “hermanos más pequeños” son los hambrientos y solitarios, no sólo de alimento, sino de la Palabra de Dios; los sedientos e ignorantes, no sólo de agua, sino también de conocimiento, paz, verdad, justicia y amor; los desnudos y sin amor, no sólo de ropa sino también de dignidad humana; los no queridos; los niños nonatos; los discriminados racialmente; los indigentes y abandonados, no sólo de un alberque hecho de tabiques, sino de un corazón comprensivo que proteja, que ame; los enfermos, los moribundos desposeídos, los cautivos, no sólo en cuerpo sino también de mente y espíritu; todos aquéllos que han perdido toda esperanza y la fe en la vida; los alcohólicos y adictos moribundos y todos aquéllos que han perdido a Dios (para ellos Dios era, pero Dios es) y quienes han perdido toda esperanza en el poder del Espíritu.» Madre Teresa de Calcuta.
(Nota: parte de este texto fue publicado en un contexto diferente al anterior el 11 de julio, 2011)