CUANDO LA VOZ DE OTROS QUE SON IMPORTANTES AMENAZA SER MÁS ALTA QUE LA VOZ DE DIOS

La señora de Mazenod tenía planes ambiciosos para su hijo de 25 años. Él, como consecuencia, no tenía el valor para decirle cara a cara que quería ir al seminario. Así que prefirió dar rodeos y conseguir que su prima, Roze Joannis, su abuela y su hermana dieran la noticia y le prepararan el camino. Aquí, escribe a su hermana, Ninette, el 21 de junio de 1808:

No me atrevo todavía a escribir a mama sobre lo que le he pedido a mi tío le comunique, hasta que sepa que le ha hablado. Suponiendo, como lo presumo, que haya sido informada cuando recibas mi carta,
te encargo suavices todo lo que ella pueda ver de demasiado riguroso en esta determinación, que no es ni prematura, ni precipitada;
en primer lugar le recordarás que todos estamos obligados a someternos a la voluntad del Maestro y a obedecer su voz;
luego le harás ver que no es una separación, sino solo una ausencia de ocho a nueve meses; insiste mucho sobre esta reflexión que es la pura verdad, y que hace desaparecer de golpe el monstruo que se forma cuando lo miran todo desde un único punto de vista.
Había encomendado a mi tío no hablara de este asunto más que a mamá y a ti. Te hago la misma recomendación, te ruego que en la casa no sepan nada. Cuando sean tomadas todas las medidas, y haya llegado el momento, entonces hablaremos.
Mientras tanto quede la cosa entre nosotros y con Dios. No te digo más sobre ese particular; de viva voz hablaremos largo y tendido.

Carta a Eugénie de Mazenod, el de  junio 1808, E.O. XIV n. 26

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