Mientras mucha gente que había contraído el tifus había muerto, la casi milagrosa recuperación de Eugenio es atribuida a las oraciones de los jóvenes.
Entonces desplegaron aquellos sentimientos de fe y de confianza en Dios, que ruego al Señor les conserve siempre. No se contentaron con acudir varias veces al día a mi puerta para tener noticias de mí que eran cada día más alarmantes; no tuvieron dificultad en entender que había que pedir a Dios lo que los hombres no confiaban ya obtener con su arte. Se dirigieron, en efecto, al Supremo Moderador de todas las cosas y, apoyándose en la poderosa intercesión de la Santísima Virgen, en la del gran san José y de otros santos a los que tenían más devoción, comenzaron oraciones que, unidas a las otras que la gente tuvo la bondad de hacer por mí, me arrancaron de los brazos de la muerte, cuya presa casi había sido.
¿Cómo no iba a dejarse conmover la bondad de Dios por el fervor, la confianza y la perseverancia con que estos jóvenes rogaban al Señor que les devolviera a su padre?
Diario de la Congregación de la Juventud, mayo 1814, E.O. XVI