Leflon concluye la narración de la misión en Aix de 1820. Dos temas llaman mi atención en particular en esta ocasión. En primer lugar, Eugenio no pudo predicar con su texto escrito en mano, que es un ejemplo de lo bien que se le daba cuando hablaba desde el corazón y abierto a Dios. En segundo lugar, los canónigos de la Catedral fueron quienes ocasionaron tantas dificultades, y aun así Eugenio subraya y ensalza sus buenas cualidades.
Para mediar con los fieles y reparar el insulto que el Padre de Mazenod había recibido, el Obispo de Bausset recomendó otra procesión al Calvaire [lugar donde se había erigido la Cruz de la misión] para el domingo siguiente y declaró que al volver la procesión a la catedral, el Padre de Mazenod daría su sermón de clausura que había estado programado para el domingo previo. El obispo confiaba plenamente en la habilidad del
P. de Mazenod para sortear la situación y que esto resarciría todo, borrando de las mentes y corazones de los feligreses la deplorable impresión ocasionada por los incidentes del 30 de abril.
Al reprobar públicamente la conducta de los canónigos, el prelado apoyó al P. de Mazenod, pero también le planteó una prueba delicada, ya que todas sus palabras, incluso las pausas, estarían sujetas a mala interpretación. En consecuencia, y para no exponerse a ninguno de los peligros asociados con un sermón improvisado, decidió, contrario a su costumbre, escribir el sermón, memorizarlo y darlo palabra por palabra. Aun más, tomó la precaución de enviar el texto a algunos amigos clérigos y laicos, quienes le encontraron unánimemente sin falta alguna.
El 7 de mayo, después de la procesión presidida por el Arzobispo, el Fundador subió al púlpito en la catedral, donde una enorme multitud se había reunido. De pronto su memoria falló por completo, sin poder recordar ni las ideas desarrolladas ni las palabras que había elegido con tanto cuidado. Alguna otra persona habría entrado en pánico ante tal desastroso bloqueo, que en ocasiones se presenta aun a los oradores más experimentados. El Fundador sin embargo, muy seguro de sí mismo, permaneció en calma y se arrodilló invocando al Espíritu Santo; levantándose e ignorando todo lo que había escrito de antemano, improvisó un sermón que puso su talento en juego. Tanto fue así, que todos los que escucharon ese día estuvieron de acuerdo en que nunca había hablado tan bien. A través de ese sermón, que nombró como “su última voluntad y testamento de caridad”, pudo discutir todo lo ocurrido la semana anterior, pero con un tacto, justicia y sinceridad que expuso todo lo desagradable, atrayendo un examen de conciencia. Concluyó su sermón halagando al arzobispo y su Capítulo y alabando a los canónigos, quienes a excepción de dos y comprensiblemente, estuvieron todos ausentes. Suzanne, testigo presencial, nos comenta
Levantando la voz declaró: “Puede ser muy cierto que debamos a ellos el éxito reconfortante de nuestra tarea apostólica y su bendita conversión (los canónigos), puesto que su estimable cuerpo ha sido delegado por la Iglesia para dar un tributo justo al Señor a través de la oración continua.” Luego citó algunos ejemplos sobresalientes de los miembros del Capítulo, “la mayoría de ellos que ha envejecido en el augusto servicio del ministerio sacerdotal y varios que han muerto por la Fe bajo las armas Revolucionarias”. El sermón causó un profundo efecto en todos los presentes, particularmente el arzobispo. Las lágrimas de alegría y admiración que rodaron por sus mejillas expresaron más que las palabras los tiernos e impronunciables sentimientos que fluían de su sensible corazón en ese momento. Como resultado, decidió renunciar a otorgar su bendición pastoral a la congregación, rogando al Padre de Mazenod hacerlo en su nombre, diciéndole en forma afectuosa “ellos siempre serán sus buenos fieles”. Después, el pastor en jefe de la diócesis en forma reverente bajó la cabeza para recibir la bendición de un misionero santo, cuyo celo mantiene en alta estima y cuyas virtudes siempre ha admirado. Se cantó después el Te Deum
Fue así que gracias a la talentosa forma en que el Fundador remedió la situación, la misión de Aix, que había sido brevemente amenazada por la Discordia “tan injusta como inoportuna,” terminó “con una nota de paz como la de Cristo.”
Leflon 2, pág. 126 – 127
“Es tarea de todo cristiano ser Cristo para su prójimo.” Martin Luther
muy buena la nota de paz, que se necesita mucho.