Escribiendo a un miembro de la Congregación de la Juventud, Eugenio compartió con él algo de la dicha familiar que experimentó en la primera Misa de Hippolyte Courtès.
Bajo del altar, donde acabo de acompañar a nuestro angélico Courtès que ofrecía, por primera vez, el santo Sacrificio. ¡Oh amigo mío, por qué no estarías presente! Habrías compartido la dicha, la deliciosa alegría, la especie de éxtasis de todos cuantos la devoción había atraído a nuestro santuario.
El P. Rambert escribe a este propósito: “Era entonces un gran acontecimiento, en la humilde sociedad de los Misioneros de Provenza, la ordenación y la primera misa de un nuevo sacerdote. ¡La familia era tan poco numerosa, las vocaciones tan raras, la formación de los sujetos tan lenta y tan difícil! Y luego, estaban tan unidos en esa pequeña familia; se hacían tanto bien como un cuerpo y un alma, la alegría de uno era verdaderamente la alegría de todos, y la gracia recibida por el nuevo sacerdote era como la gracia recibida por todos sus hermanos…”
Ciertamente no intentaré decirte lo que ha ocurrido entre nosotros, esa clase de cosas no se pueden expresar, cuanto quiero decirte es que lamento que no te encontrases allí, porque estoy seguro que por lo menos en ese momento en que el cielo se abrió sobre nosotros para derramar en nuestras almas una sobreabundancia indecible de consuelos exteriores, tu alma se habría elevado hacia Dios, habría sido absorbida en él como las nuestras y habrías amado, sí, mi querido Adrián, habrías amado al infinitamente amable.
Carta a Adrien Chappuis, el 31 de julio 1820, E.O. XIII n. 31
“Una lengua llena de risas y alabanza es el reflejo de un corazón lleno a rebosar de la alegría del Señor. Qué dicha es estar con alguien cuyo corazón está lleno.” Mike Hoskins