Escribe a Henri Tempier y a los novicios y jóvenes estudiantes de Laus:
He hecho realizar inmediatamente el cuadro del número de habitaciones y elegido a los santos protectores que quería dar a los habitantes de cada una de ellas. Ya nuestros patronos estarían instalados si hubiésemos encontrado las estampas de todos aquellos que queríamos como huéspedes.
Carta a Henri Tempier, el 9 de enero 1821, E.O. VI n. 58
Eugenio era plenamente consciente de la importancia de la comunión de los santos –nuestros ancestros en la fe. Los “Santos” en el uso que hace san Pablo de este término se refiere a la comunión de todos los Cristianos bautizados, unidos y conectados entre sí con Jesucristo, lo cual continuaba más allá de su muerte en la plenitud del Reino.
Tempier había escrito a Eugenio para decirle como cada habitación de Laus había sido dedicada a un santo. Ellos habían decidido que esto no iba a ser un simple gesto vacío, sino que el ocupante de cada habitación debía emplear un tiempo reflexionando y rezando sobre aquel santo particular quien sería su “invitado”.
¿Cómo estamos nosotros –santos en proceso- relacionados con los santos que ya han entrado en la plenitud de la vida divina? Elizabeth Johnson, en su espléndido libro sobre la comunión de los santos titulado Amigos de Dios y Profetas, habla de dos paradigmas diferentes para entender esa relación: “una es el modelo igualitario que nombra a los santos como compañeros y amigos; la otra es un modelo patriarcal que coloca a ciertos muertos privilegiados un una posición de patronazgo”.
En el primer modelo ellos son aquella maravillosa “nube de testigos” de la que se habla en la carta a los Hebreos (12:1), que son amigos nuestros, nos animan, nos alientan, incluso desafiándonos a completar el trabajo que ellos habían comenzado.
En el segundo modelo, ellos son vistos como intercesores celestiales alrededor del trono de Dios que manipula los hilos celestiales para nosotros.
William H. Shannon