Para tratar de ayudar al confundido Bourrelier a volver a un estado de paz y armonía, Eugenio le recuerda que por medio de su oblación se ha hecho parte de algo más grande que sí mismo:
Recuerde que no nos pertenecemos ya a nosotros mismos, pertenecemos a la Sociedad a la que nos hemos consagrado,
pertenecemos a la Regla que debe regirnos,
no podemos ser de Dios sino por ella, fuera de ella todo es pecado para nosotros.
Si alguien, ciertamente debe felicitarse de pertenecerle es bien Vd. mi querido amigo, que más que nadie tiene necesidad de la ayuda de vuestros hermanos. ¿Cómo pues no habéis visto a la primera ojeada la celada que os tendía el demonio, convenciéndoos que podíais llevar una vida mucho más regular sin estar sujeto a una Regla y sin sumisión a la voluntad de un superior? Esta idea seria una locura de las más absurdas,
Eugenio sufre por este joven y le implora:
os exhorto pues, os conjuro, me pongo a vuestros pies en nombre de Jesucristo cuyo ministro sois y me traicionáis, haced penitencia y aprended lo que es un sacerdote, lo que debe ser un religioso.
Recuerde lo que os he dicho a ese propósito y que habéis sin duda olvidado. Está en juego vuestra salvación y mi responsabilidad está comprometida ante Dios, ante la Iglesia y ante los hombres. Escríbame cuanto antes para darme cuenta de vuestro estado de ánimo, para enterarme de vuestra vuelta a unos sentimientos que deben constantemente animaros…
Carta a Hilarion Bourrelier, 27 Agosto 1821, EO VI n 71
“Crezco con orgullo cuando puedo plantarle cara al mundo y decir, “le pertenezco. El poderoso Dios del universo es mi Padre celestial. Soy suya por adopción. Soy coheredera con Su maravilloso Hijo”. En ese momento en el que tiendas a estar deprimido, cuando te encuentres a ti mismo en el espíritu de esclavitud, levanta la vista, sólo detente y recuerda a quién perteneces.” Kathryn Kuhlman