Las cartas de Eugenio de 1822 han mostrado las muchas preocupaciones y dificultades que experimentaba. No menos importante entre ellas estaba su preocupación por la sobrevivencia y el futuro de su pequeño grupo de Misioneros. Fue en este espíritu que bendijo la nueva estatua en la capilla, la cual se convirtió en la oportunidad de una fuerte percepción dadora de vida. De inmediato escribió a Henri Tempier, quien se encontraba en Laus.
Creo también deberle un sentimiento particular que he sentido hoy, no digo precisamente más que nunca, pero ciertamente más que de ordinario.
Eugenio normalmente era reservado y no comentaba sus experiencias espirituales profundas. Su experiencia “más que de ordinario” estaba conectada con la vida de los Misioneros de Provenza, quienes atravesaban dificultades externas y cuya existencia en el futuro pendía de un hilo.
No lo definiré bien porque encierra varias cosas que se refieren sin embargo todas a un solo objetivo, nuestra querida Sociedad.
Luego describe la confirmación recibida de que la fundación de los Misioneros había provenido de Dios y Dios le había asegurado un futuro sólido para su grupo.
Me parecía ver, tocar con el dedo,
que encerraba el germen de muy grandes virtudes,
que podría hacer un bien infinito;
la encontraba buena,
todo me gustaba en ella,
amaba sus reglas, sus estatutos;
su ministerio me parecía sublime, como lo es en efecto.
Encontraba en su seno unos medios de salvación asegurados, hasta infalibles, del modo como se me presentaban a mí.
Carta a Henri Tempier, Agosto 15, 1822, EO VI n. 86
Esta fue la gracia que la Madonna Oblata había conseguido para Eugenio: la seguridad proveniente de Dios de que iba por el camino correcto y necesitaba perseverar, a pesar de todas las tormentas a su alrededor, que parecían amenazar la existencia de los Misioneros.
Doscientos años después, continuamos cosechando el fruto de esta confianza con que nuestra Madonna Oblata nos “sonrió”.
“La Fe tiene que ver con las cosas que no se ven y la esperanza de las cosas que no se encuentran a la mano” Tomás de Aquino