Con la caída de Napoleón, Eugenio era ahora capaz de formar abiertamente su asociación de la juventud en lo que era realmente: una confraternidad o congregación. En orden a darle algo de autoridad, escribió al Papa pidiéndole una aprobación formal y la concesión de beneficios espirituales. Con el Papa yendo a la cabeza, el obispo local daría una aprobación diocesana. En su diario, en septiembre de 1814, recuerda este evento:
Al aumentar cada día el número de los congregantes y al progresar sensiblemente entre ellos la piedad, el Director pensó consolidar aún más el bien que se hace en la Asociación y animar a los socios en la práctica de la virtud pidiendo al Sumo Pontífice que erigiera con su autoridad apostólica en Congregación esta interesante sociedad y le concediera cierto número de indulgencias parciales e incluso plenarias. En consecuencia envió la siguiente súplica a Roma en lengua italiana:
Santísimo Padre:
Carlos José Eugenio de Mazenod, sacerdote, habiendo notado con dolor que por un deplorable efecto del funesto impulso dado por el filosofismo, la fe cristiana está en peligro de perecer en Francia, concibió el proyecto de impedir con todas sus fuerzas un desorden tan espantoso.
Para triunfar en esta empresa, formó una Congregación compuesta por muchachos jóvenes a quienes daba las instrucciones necesarias para mantenerse en el temor del Señor, para conocer y practicar la virtud.
Como el Señor ha tenido a bien bendecir los esfuerzos de su celo, y se ha acrecentado el número de congregantes, así como su piedad, dicho sacerdote para afianzar cada vez más el bien que se realiza en la congregación, suplica muy humildemente a Su Santidad que apruebe esta Congregación con el nombre de Asociación de la Juventud Cristiana, actualmente bajo la dirección del mencionado Carlos José Eugenio de Mazenod, y a la vez tenga a bien conceder las indulgencias siguientes […omitimos la lista].
Diario de la Congregación de la Juventud, septiembre 1814, E.O. XVI