Jacques Antoine Jourdan, de 23 años, había sido ordenado sacerdote en 1822 y se unió inmediatamente a los Misioneros entrando en el noviciado en Notre Dame de Laus. En febrero de 1823 hizo su oblación en Aix y se sumó a las actividades misioneras de su comunidad.
El Padre Hippolyte Courtès, que era su superior durante ese tiempo en Aix, escribió que la personalidad de Jourdan era “dulce, tímida y tendía hacia la escrupulosidad.” En este contexto en el que sus escrúpulos lo conducirían a un episodio de intenso sufrimiento, Eugenio le escribió esta carta para animarlo.
Mi bien querido Jourdan, que la paz de Ntro. Señor Jesucristo esté con Vd. ; Y qué! ¿no poseeríais esa preciosa paz que el divino Maestro ha venido a traer al mundo? ¡Ah! si fuese así, mi buen amigo, sería ciertamente por vuestra culpa. ¿Por qué dejáis enturbiar vuestra alma por unos escrúpulos que hacen vuestro tormento y que os motivan un tan gran perjuicio?
… No son los pensamientos y las demás miserias que os atormentan las que os harán ofender a Dios; sólo entristeceréis su corazón paternal si no tenéis bastante confianza en su bondad, no considerándole como un buen padre que os ama y que quiere salvaros.
Carta a Jacques Antoine Jourdan, 30 Marzo 1823, EO VI n 99
«Para cada pecador lastrado, cansado, Jesús dice, “Venid a mí y descansad”. Pero también hay muchos creyentes cansados y lastrados. Para ellos la invitación es la misma. Fíjate en las palabras de Jesús si te sientes lastrado por tu labor, y no las malinterpretes. No es “sigue, continúa con tu trabajo” como quizás imagines. Al contrario, significa “para, vuélvete, ven a mí y descansa”. Nunca, Cristo nunca envió a trabajar a alguien lastrado; nunca, Él nunca alejó a un hambriento, a alguien agotado, a un enfermo o a alguien afligido de su trabajo. Por eso la Biblia sólo dice: “ven, ven, ven.” James Hudson Taylor