El Arzobispo de Aix, quien cambió de opinión casi tan a menudo como de ropa, decidió igualmente aprovechar la situación. Leflon nos da el panorama:
Siempre cambiante con la marea y con poca disposición hacia el Padre de Mazenod, cuyos intereses Maunier y Deblieu habían trabajado juntos en dañar para justificar sus propias faltas, el Obispo de Bausset pronto siguió los pasos de su sufragáneo, anunciando su intención de reclamar a sus individuos en la Sociedad Misionera. No se necesitaba nada más para desatar el pánico en la comunidad de Aix; dos sacerdotes más decidieron partir, Moreau hacia los Trapenses y el otro para volver a su diócesis. Según Rey, el escolástico Jeancard, quien algún día sería el Obispo auxiliar de Marsella, también estaba listo para partir, aunque en realidad no se fue sino hasta 1834. Cada entrega postal traía al Fundador noticias de partidas inminentes, que fácilmente podría convertirse en una estampida y marcar el principio del fin.
Nuevamente el Fundador enfrentó el problema de lleno. Su primer preocupación era restaurar la confianza en la casa principal, que había sido fuertemente sacudida por la decisión del Consejo de Fréjus y la adopción de la decisión por el Obispo de Bausset. Una larga carta al Padre Courtès, por tanto, se encargó de subrayar los puntos débiles.
Leflon II pág. 247
Es una gran crisis cuyas circunstancias pueden ser terribles…; pero Mons. el Arzobispo no ignoraba que hacíamos votos. Ahora bien, ¿no era respuesta que los aprobaba, ya que seguía empleándonos como lo ha hecho? ¡Me gustaría saber si nuestros casuistas frejusianos deciden que los votos que S. Ignacio hizo en Montmartre con sus compañeros eran nulos!
¡Cuántas corporaciones religiosas han empezado así antes de la aprobación formal de la Iglesia! Toda la administración archiepiscopal conocía nuestros compromisos y no se quejaba. Había hablado de ello al Sr. Duclaux que sólo vió en eso algo muy edificante. Todo eso no demuestra precipitación. La Sociedad del Sr. Coudrín, extendida en varias diócesis de Francia, y cuya cabecera está en Piepus, en París, hace unos votos como nosotros; jamás los obispos se han quejado; aparentemente el demonio nos la guarda más que a los otros.
No te preocupes demasiado, temo que eso te haga daño es una nueva preocupación para mí, porque ahora más que nunca, pido a Dios que os guarde como a la niña de vuestros ojos.
Carta a Hippolyte Courtès, Octubre 10, 1823, EO VI núm. 115
“Los votos hechos durante la tempestad, se olvidan en tiempo de calma”