Luchando para recobrar su salud, Eugenio da a su amigo, Forbin Janson, una idea de cuántas exigencias se le hacen. Nosotros alcanzamos a ver su cansancio y su necesidad de intimidad mientras él experimenta un sentimiento de soledad en medio de tanta actividad. Reconoce que el único modo de sobrevivir es poniendo su confianza sólo en Dios y tratando de amar siempre más a Dios. Él trata de volver al fundamento de su experiencia de conversión del Viernes Santo.
Esta mañana de nuevo, inmediatamente antes de subir al altar, hubo que confesar. Apenas dejé los hábitos sacerdotales, hubo que confesar otra vez. Ayer, a la una, no había dicho Prima, porque quedé hasta esa hora en el tribunal. Por la mañana, casi no había hecho acción de gracias, porque había que estar con una numerosa juventud que había pasado dos horas y tres cuartos en ejercicios piadosos. Es para no aguantar; siempre todo para los otros, nada para sí. En medio de todo ese ajetreo, estoy solo. Tú eres mi único amigo – quiero decir, con toda la fuerza del término – porque no carezco de esos amigos buenos y virtuosos sin duda, pero a los que faltan tantas otras cosas. Pero ¿para qué sirven? ¿Son capaces de suavizar una pena? ¿Se puede hablar con ellos del bien mismo que se desea hacer?¿Para qué? Uno no sacaría más que elogios o desaliento. Por lo demás, aunque tristemente, sigo mi camino, poniendo únicamente mi confianza en Dios. Amémosle cada vez más.
Carta a Forbin-Janson, el 12 de septiembre 1814, E.O. XV n 128