RESTAURANDO LA ARMONÍA

Para concluir con este episodio que había amenazado la existencia de los Oblatos, quisiera adelantarnos un año y permitir que Leflon nos relate la historia.

Por fin ahora que la situación interna había sido aclarada, se restauró la paz y la unidad. Como provenzal genuino, el Fundador sabía que la furia del viento Mistral ha de agotarse antes de poder esperar de nuevo el sol brillante. Después de tan violento trastorno, la sabiduría aconsejaba dejar al tiempo y a la ayuda providencial de Dios, que todo volviera a su lugar lentamente. Un alboroto indiscreto y apresurado, lejos de restablecer el orden, habría tenido el efecto opuesto, al confundir todo por completo.

Y sin embargo, el P. de Mazenod sabía sin lugar a dudas que su trabajo como vicario general representaba todavía una amenaza, ya que ello había dado inicio a todo el problema. Sin duda, al “separar la paja del grano”, como lo dijo, la crisis de 1823 se llevó a quienes habían fomentado la disidencia, reclamando que la dignidad del archidiácono era contraria a la humilde situación de un religioso y que el ejercicio de su puesto era en detrimento de los intereses de los Misioneros de Provenza. Sin duda también, el Fundador podía sinceramente jurar ante Dios y ante sus hermanos que no merecía la crítica de los quejosos, habiendo rehusado en varias ocasiones el honor de ser vicario general. De hecho, aún había declinado el honor de ser obispo, para conformar su vocación y dedicarse por completo a su Sociedad. Estaba tan convencido de poder permanecer fiel a ellos y servir a los intereses del segundo, ayudando al Obispo Fortuné a administrar la diócesis, que nunca se le había ocurrido consultar a sus hermanos antes de hacer caso a la exigencia de su tío. Además, Fortuné había condicionado la colaboración de su sobrino sine qua non para aceptar la sede de San Lázaro, en vista de su avanzada edad. Había aceptado que dicha condición era la única forma de asegurar y de hacerlo en forma providencial, la protección indispensable de un obispo provenzal para la joven y acosada Sociedad Misionera. Lejos de esperar el menor mal entendido entre él y sus misioneros al aceptar el puesto como vicario general, el Fundador sintió que les proporcionaba seguridad, que sólo podría regocijarles. Además, creyó que su autoridad le daría el derecho de decidir sobre un caso tan sencillo, sin recurrir a un procedimiento democrático, que no le atraía particularmente.

Según por como todo había resultado, el caso estaba lejos de ser sencillo y el método autoritario en esa ocasión era mucho menos satisfactorio de lo que había previsto; de esta forma, admitió su error honestamente y lo rectificó en una forma especialmente meritoria a través de un acto de humildad, al dejar la decisión a los misioneros que le habían sido fieles. El 30 de septiembre de 1824, convocó a un capítulo general en la casa matriz en Aix y después de un día de penitencia y oración, solicitó al Capítulo decidir sobre lo siguiente: ¿Es o no el mejor interés de la Sociedad que el Superior General y el Padre Tempier continúen con su tarea como vicarios generales del Obispo de Mazenod, Obispo de Marsella? Todos decidieron libremente en voto secreto, según le dictara su conciencia. El resultado de la votación probó afortunadamente, que la unidad había sido restaurada. Sin excepción alguna, los capitulares “aprobaron de forma unánime y espontánea lo que había hecho el Fundador, confirmando por tanto, la armonía de mente y corazón que reinaba entre el padre de la familia y sus hijos”.

Así terminó también la crisis interna y el malentendido que la provocó.

Leflon II pág. 252

“El aceptar los sucesos es el primer paso a sobreponerse a las consecuencias de cualquier infortunio.” William James

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