¿CUÁL ES LA AUTORIDAD DE LOS OBISPOS SOBRE LOS OBLATOS?

Hemos seguido la saga de los obispos provenzales, que casi llegaron a destruir a los Misioneros de Eugenio. Vimos cómo Eugenio pudo sortear la tormenta con el Arzobispo de Aix e internamente entre los Misioneros. Su siguiente paso fue tranquilizar los ánimos con el Obispo de Fréjus, quien dio inicio a todo ello, al llamar de regreso a su diócesis a tres Misioneros (los Padres Deblieu y Maunier, así como al escolástico Jeancard).

Totalmente tranquilizado por las bondades que me había siempre testimoniado, y por la protección que se ha dignado conceder a nuestra Sociedad, cuando le pedí en París una bendición para ella y para mí, me he callado cuando su Consejo, por una decisión severa, apartó a tres miembros de una corporación que constantemente se había dedicado al servicio de su diócesis.
El respeto que profeso por su sagrada persona, unido al temor de contrariarle, me impidió darle unas explicaciones que, de haber llegado a tiempo, probablemente hubiesen disuadido al Consejo de decidir sin más la nulidad de algunos compromisos tomados voluntariamente, según testimonio del poder legítimo entonces existente, para mayor bien de los individuos, y ventaja de las diócesis respectivas que estaban encargados de evangelizar.
Estas explicaciones le habrían demostrado, Monseñor, que unos sacerdotes que profesan la entrega más absoluta a sus primeros pastores, y que actúan siempre en su nombre y a sus órdenes, se guardarían muy bien de intentar eludir su jurisdicción.
Para ello basta con darle a conocer uno de los artículos fundamentales de nuestras Reglas, concebido en estos términos:
“Los miembros de esta Congregación se dedicarán, bajo la autoridad de los Ordinarios de quienes dependerán siempre, a procurar ayuda espiritual a las pobres gentes dispersas por los campos, y a los habitantes de los pueblos de las zonas rurales, que son los más carentes de ayudas espirituales”

Carta al Obispo C.A. de Richery de Fréjus. Noviembre 12, 1823, EO XIII núm. 44

La importancia de esta carta está en que se refiere a una cuestión que continúa siendo relevante hoy en día: ¿cómo encaja el Misionero Oblato en una diócesis? Eugenio está seguro de que cuando los obispos invitan a los Oblatos a sus diócesis, la responsabilidad de la evangelización es de los obispos, y los Oblatos “en todo actúan sólo en su nombre y bajo sus órdenes.”

PERO Eugenio aclara esto al citar uno de los artículos de su Regla al Obispo. Los Oblatos no se unen a una diócesis para convertirse en sacerdotes diocesanos, perdiendo su identidad en un ministerio parroquial genérico. El Obispo acepta que trabajen debido a su carisma específico, puesto al servicio de la diócesis, de forma que sea particular a su espíritu.

En la Provenza de 1823, se trataba de “aportar ayuda espiritual a los pobres diseminados por la campiña y a los habitantes de las aldeas rurales.” Su alcance en cualquier diócesis era proporcionar misiones parroquiales y misiones permanentes desde sus comunidades o santuarios, a “aquellos con mayor necesidad de esta ayuda espiritual”.

Más adelante, conforme los Oblatos tuvieron mayor número y llegaron a nuevas situaciones en diferentes países, su respuesta característica hubo de estar en diferentes circunstancias y vemos cómo Eugenio siempre insistió en la naturaleza específica de nuestro carisma, al aceptar las invitaciones y retirar a sus Oblatos de alguna diócesis, cuando el obispo no lo respetaba en la práctica.

Nuestro carisma proveniente de Dios, envía a todos los asociados a él, laicos, religiosos y sacerdotes, a centrarse básicamente en los más abandonados por la estructura diocesana – en comunión con el Obispo, pero nunca a costa de perder nuestra identidad.

No es sólo a través de los sacramentos y los ministerios de la Iglesia que el Espíritu Santo santifica y guía la gente de Dios y les enriquece con virtudes, sino ‘distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad’ (1 Cor 12:11), distribuye dones especiales entre los fieles de todo tipo. A través de estos dones les prepara para realizar las varias tareas y oficios que contribuyen a la renovación y construcción de la Iglesia” (LG 12). Esta es la enseñanza del Segundo Concilio Vaticano. Por tanto, el compartir de la Gente de Dios en la misión mesiánica no se logra sólo a través de la estructura ministerial de la Iglesia y de la vida sacramental. También sucede de otra forma, por la de los dones espirituales o carismas.   Papa Juan Pablo II, Audiencia General, Junio 24, 1992

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