Eugenio había sido colocado en tal “torbellino de asuntos de negocios” en Marsella que temía haberse vuelto insulso en su vida religiosa y espiritual, al no poder hacer lo suficiente para reforzarla.
Si se supiera, no obstante, lo débil que soy, lo imperfecto que soy y el fondo de corrupción y de pecado que hay en mí ¿podrían exponerme a tanto peligro, podrían prescribirme otros deberes que el de trabajar en mi propia santificación? Necesito la soledad, necesito la regularidad, necesito el ejemplo. Fuera de eso, me vuelvo insulso, y mi espíritu insípido no sirve en absoluto para la vida eterna.
Refiriéndose al Libro de las Revelaciones 3:16: “Ahora bien, puesto que eres tibio, no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca,” continúa:
Dios quiera también que el estado en que me pone este torbellino de asuntos que preocupan, que agitan, que absorben, no sea precisamente el que siempre he temido y del que parece que no he podido preservarme en estos últimos tiempos. Quiera Dios, quiera Dios que no sea peor todavía mereciendo que el Señor no solo haya empezado a vomitarme de su boca, sino me haya alejado implacablemente de su vista.
Notas de Retiro, Mayo 1824, EO XV núm. 156
Cuando uno piensa en el fuerte temperamento de Eugenio, estos temores de ser tibio, son ciertamente señales de alarma, que muestran cuán profunda era su preocupación respecto a su situación.
“Las elecciones más generosas, especialmente la perseverancia, son fruto de una profunda y prolongada unión con Dios en oración silenciosa.” Papa Juan Pablo II