Al darse cuenta de que la exigencia de su trabajo en Marsella le había llevado a la tibieza espiritual, no desesperó. Desde que Eugenio se embelesó en la experiencia del amor de Dios por él, fue la virtud de la esperanza lo que le mantuvo en las dificultades. Sabiéndose amado, sabía que nunca podría ser abandonado.
Dulce esperanza que siempre has hecho mi felicidad,
tú que me eras tan querida porque me hacías ver en Dios una perfección encantadora
que me llevaba a amarlo con un delicioso abandon
Notas de Retiro, Mayo 1824, EO XV núm. 156
“y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado..” Romanos 5:5