El 9 de mayo de 1825, Eugenio acompañó a su tío Fortuné a París y luego a Reims, para la consagración del nuevo rey, Carlos X. El historiador Rey, comentó que “Todos los dignitarios del reino, los arzobispos y un Obispo de cada provincia eclesiástica habían sido invitados a la ceremonia, que abiertamente proclamaba la unión de la Iglesia y el Estado en esta autoridad real y católica.” Eugenio era monárquico y reconocía el importante papel del rey y lo que éste significaba para la libertad del ministerio de la Iglesia. Lo que le enfada es el comportamiento de los dignatarios mientras esperan la llegada del rey:
¿Cuándo lograré, muy querido amigo, colocarme tan lejos, pero tan lejos del mundo que ni le veía ni le oiga? Más lo miro de cerca, más me parece despreciable y horrible. Esta vez puedo decirle que me encuentro en el centro de la magnificencia, en unas circunstancias en las que la vanidad despliega todas sus riquezas. Es imposible ver algo más suntuoso, los ojos quedan deslumbrados. Y todavía sólo son los preparativos de la más bella ceremonia que tendrá lugar en todo el reino de un poderoso monarca. Esperando su venida, todos los grandes del reino llegan en masa y se presentan en este pequeño punto de la tierra. Todo el mundo se alimenta de esa vanidad, se admira, se extasía. Se estima algo porque se está en el lugar que es en este momento el punto de mirada de toda Europa. Se aplaude al que eleva a ciertos personajes que se envidian en el fondo del corazón, pero que se halagan, porque se espera ser protegidos por él.
No acabaría si quisiera decirte todo cuanto considero de tan cerca, pero no te diré tampoco jamás hasta qué punto desprecio todo cuanto es objeto de la admiración y de la codicia, me atrevo a decir, de todos…
Es así como hay que pensar, hablar, actuar para hacer fortuna y avanzar. Deseo mucha suerte a esas gentes, pero me reservo, siguiendo el camino contrario, reclamar con mi conducta en contra de tantas mentiras, ilusiones y una decepción tan deplorable; mi único consuelo será siempre el de ver a los míos seguir conmigo unos senderos que se hacen cada día más desconocidos, pero en los que encontraremos todavía unas huellas que los santos han dejado impresas para atestiguar su paso y animar a aquellos que quieran llegar allí donde ellos están…
Hago tanto caso a lo que pasa aquí abajo que olvidaba decirte que el Rey hará mañana su entrada a las dos, que lo esperaremos desde las doce con nuestros obispos en la catedral a donde irá para asistir a las primeras Vísperas y al sermón predicado por S. E. Mons. el Cardenal de la Fare, que hará su ofrenda a la Iglesia de Reims, que consiste en unos ornamentos bellísimos, vasos sagrados, etc., que al día siguiente, domingo habrá que estar antes en la Iglesia, y por consiguiente haber celebrado de noche, que el lunes tendrá lugar la procesión de los cocineros, el martes gran revista a la que nos dispensaremos de asistir, habiendo precisamente elegido aquel día para marcharnos…
Carta a Hippolyte Courtès, Mayo 26, 1825, EO VI núm. 178
“No aspires a ser como una veleta cubierta de oro en la cima de un edificio. Por mucho que brille y por muy alta que se encuentre, no añade nada a la firmeza de la estructura. En vez de ello, sé como una vieja piedra escondida en los cimientos, bajo la tierra donde nadie puede verte. Debido a ti, la casa no caerá.” San José María Escriva