NO SER MÁS LA CASA DE DIOS SINO EL TEMPLO SUNTUOSO DE LA VANIDAD

Al escribir desde Reims a Tempier, su confidente, Eugenio continúa reflexionando sobre el pomposo comportamiento de los dignitarios que asistieron a la consagración del rey.

Es una dicha para Vd. mi querido Tempier, que sólo os escriba de haber exhalado mi humor atrabiliario en las dos cartas que acabo de escribir a Aix y a París. Si es eso todo lo que el mundo puede ofrecer como belleza, por seductoras que sean para otros, tanto brillo, tantas encantadoras quimeras, quedo todavía más afianzado en el desprecio que merece y que me ha siempre inspirado. Recorriendo estos bellos salones, esos pórticos soberbios, la Iglesia misma, que parece momentáneamente haber cambiado el objetivo, no ser más la casa de Dios, sino el templo suntuoso de la vanidad…
Mis reflexiones me llevaban más lejos, cuando consideraba los hombres que se agrupan aquí, y sin salir de nuestras casta, ¡qué miseria ver tanta vanidad! Se miran ávidamente unos cordones, el azul, el rojo, ei morado que hacen abrir grandes ojos. Se alaba, se admira, se extasían; y yo, no digo nada, de eso, despojando en espíritu a todo ese mundo de esas libreas, me burlo, tengo piedad o me indigno. No vaya a creer sin embargo que mi estoicismo me haga ser injusto; no, rindo homenaje de paso a la virtud cuando la encuentro, pero es raro que sea tal como lo entiendo, como me gustaría.

Carta a Henri Tempier, Mayo 27, 1825, EO VI núm. 179

 

“Dios creó al mundo de la nada; así que mientras seamos nada, podrá hacer algo con nosotros.”    Martin Luther

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