Aunque mi tío me gratifique con el título de atolondrado, no debo pasar en silencio un pequeño incidente bastante inoportuno que me ocurrió aquí. Con prisas para ir a la iglesia, rogué a un compañero de viaje, que quedó encargado de encontrar un vehículo que nos llevara a Niza, retirara mis efectos del coche que habíamos tomado en Cannes. Puso a buen recado, en efecto mi baúl, mi saco de noche y mi paraguas; pero no habiendo visto la caja de mi sombrero, en la cual se encontraba también mi famoso bonete de terciopelo y algunos alzacuellos, dejó marcharse el coche con mi depósito. Cuando volvía de la Iglesia, ya no era tiempo para recobrarlos, había que salir para Niza, adonde he llegado sin sombrero. Había estado a punto de dejarlo en Aix; dos accidentes que demuestran que los sombreros están hechos para ser colocados en la cabeza.
No están perdidas sin embargo todas las esperanzas: el mesonero de Antibes, me prometió reclamarlo aquel mismo día y enviármelo hoy mismo a Niza. Son las cinco y no lo he visto venir. Veis mi querido, que mi viaje sin ser heróico, no deja de tener episodios.
Llegué por fin a Niza con el quinto coche, contando coa el que me llevó de Marsella a Aix, y llegado a la posada, tuve la precaución de hacer saber al canónigo párroco que estaba inscrito en la posada hasta que se me enviara un sombrero. Rogué a Dios mientras tanto y habiéndoseme enviado el sombrero, en ausencia del párroco, por su sirvienta, salí para ir a ofrecer mis deberes a Monseñor
Carta a Henri Tempier, Noviembre 3, 1825, EO VI núm. 204
¡Evidentemente en aquéllos días no era apropiado hacer visitas a personas importantes sin llevar sombrero!
Al sonreír ante la consternación de Eugenio, cito algo sobre el sombrero, que merece una sonrisa: “Una corona es sólo un sombrero que permite pasar la lluvia.” Federico el Grande