Hoy he efectuado varios asuntos y algunas visitas; estuve especialmente en casa de su eminencia el cardenal De Gregorio, que me recibió con extrema bondad y me invitó a almorzar mañana.
Diario en Roma, Diciembre 5, 1825, EO XVII
El cardenal De Gregorio me ha tratado con una bondad y cordialidad extraordinarias. Recordó haberme visto a menudo en París cuando el exilio de los prelados romanos. Ciertamente lo había visto, aunque no fue de aquellos a quienes tuve el gusto de prestar servicios…
Después de la comida, conversamos largamente cara a cara sobre asuntos importantes; luego tuvo la amabilidad de informarme con detalle acerca del trabajo de las congregaciones de Cardenales. Hay que reconocer que él tiene de sobra y que realiza todas sus funciones a conciencia.
Diario en Roma, Diciembre 6, 1825, EO XVII
Dieciocho años antes, Eugenio había llegado al seminario de San Sulpicio en París, para comenzar sus estudios al sacerdocio. Napoleón había hecho traer al Papa Pío VII a Savona como prisionero y Eugenio formaba parte de una red secreta de seminaristas quienes trabajaban para el Papa. Al llegar los cardenales a París, Eugenio participó más activamente – bajo la guía del Superior General de los Sulpicianos, el Padre Emery. Leflon nos da el antecedente:
“Eugenio de Mazenod era la elección perfecta para actuar como mediador entre M. Emery y los cardenales traídos a París, pues establecía un vínculo entre ellos que era tanto discreto como efectivo. Por un lado, contaba con la confianza plena del Superior General, puesto que, a pesar de sus diferencias en doctrina en cuanto al Galicismo, ambos se unían al tratarse de la defensa de los derechos del Papa, traído por el Emperador. Por otro lado, los “Purpurati” o cardenales, veían todo a favor de este joven noble: hablaba su idioma, amaba su tierra natal, sabía cómo tratar con la psicología italiana y profesaba un ultramontanismo resuelto y militante. Contrario a otros eclesiásticos franceses, que sabían poco de la mentalidad transalpina, el joven clérigo, quien se encontraba a gusto tanto en las áreas peninsulares como en las parisinas, no tuvo dificultad en comprender a los italianos y en que ellos le entendieran. Un tanto fuera de su elemento en las riberas del Sena, donde como Consalvi había señalado en 1801, las perspectivas no son iguales que en las riberas del Tíber, el Príncipe italiano de la Iglesia naturalmente pondría atención a éste alguna vez inmigrante, a quien el largo exilio aclimató a su país.” Leflon I pág. 362
“La política es una actividad noble. Deberíamos re-evaluarla, practicarla con vocación y una dedicación que requiere testimonio, martirio, es decir morir, por el bien común.” Papa Francisco