Las reflexiones de Eugenio durante su retiro le llevaron a ver que, ciertamente, él había logrado muchas cosas dignas de elogios en su ministerio en Aix: la predicación a los pobres en provenzal, la exitosa congregación de jóvenes, su ministerio en las prisiones y su buena voluntad para entregar su vida al cuidado de las necesidades de los moribundos prisioneros austriacos. Todavía, el peligro reside en honrarse a sí mismo y no verse como un instrumento de Dios.
He ahí tal vez de qué se compone mi tesoro. Esas buenas obras, esas obras brillantes por las que me alaban los hombres, ensalzándome hasta las nubes, esas obras que, realizadas únicamente por Dios, etc. serían en efecto muy meritorias, serían moneda de buena ley para cambiarla en expiación, en destrucción de mis numerosos y enormes pecados; esas obras, por el mero hecho de que de una u otra forma yo quiero atribuirme una parte de la gloria, se reducen acaso a nada, y aun eso suponiendo que hayan comenzado con la intención que conviene, y que el amor propio no sea el principal motor de la acción, pues si no actuara por Él y para Él, esas obras, cualesquiera que fueran sus apariencias, no serían más que pecados.
Él se encuentra con Dios en la oración pidiéndole la gracia de hacerlo todo por Dios.
Oh, Dios mío, a quien solo pertenece el honor y la gloria, no permitáis ese desorden. Soy el último de vuestros esclavos, lo digo convencido, nada me es debido sino el oprobio, no quiero actuar ya más que para vos, únicamente por vos. Sería demasiado enemigo de mí mismo si pensara de otro modo. Voy a prestar una atención especial a no decir nunca nada que pueda hacer que me estimen, que pueda exponerme a querer atribuirme algo de esa gloria que os pertenece.
Notas de retiro, diciembre 1814, E.O. XV n.130