Debéis estar sin duda esperando muy impaciente, mi querido amigo esta carta, que según toda apariencia, os debe enterar que he tenido la dicha de ver a Nuestro Santo Padre el Papa, y contener por consiguiente, los detalles de esa memorable audiencia. ¡Pues bien!, sí, mi querido amigo, he visto al Papa, no a gran distancia, como el otro día en S. Pedro, ni por unos momentos, sino hasta tocarle y durante más de media hora; y digo poco, porque cuando hago la recapitulación de todo lo que se ha dicho de parte y otra, estoy tentado de creer que ha sido necesario cerca de media hora para lograrlo. Me es imposible daros cuenta detallada de lo que ha pasado; os contentaréis de la substancia…
El Papa recibe en su pequeño dormitorio. Estaba sentado en un canapé, teniendo delante una mesa sobre la cual se apoyaba. Hice al entrar en la habitación la primera genuflexión de costumbre, no había bastante espacio desde la puerta al lugar donde estaba sentado para hacer una segunda y me encontré enseguida a su pies que no intenté, sea porque inclinándome profundamente no los podía ver, sea que demasiado impresionado por el aspecto del Pontífice, que mi fe me demostró enseguida como Vicario de Jesucristo, no prestara atención sino a la dulzura y a la bondad de su fisonomía.
Carta a Henri Tempier, Diciembre 22, 1825, EO VI núm. 213
En su diario personal, Eugenio da más detalles;
Su Santidad estaba en su pequeño dormitorio, que me pareció muy poco amplio. Cerca de la alcoba, cerrada con cortinas de damasco carmesí, estaba el Papa sentado en un canapé, apoyado sobre un escritorio que tenía delante. Ordinariamente se hacen tres genuflexiones; yo sólo pude hacer una; el Papa me hizo amablemente señas de que me adelantara; me puse de rodillas y me postré, sin poder besar sus pies que parecía retirar intencionadamente. Me dijo en seguida que me levantara; no quise hacerlo; insistió, y le rogué me permitiese permanecer de rodillas, pues esa postura me convenía mucho. Pareció acceder a disgusto; la expresión de su rostro me lo demostró así como sus palabras llenas de amabilidad y dulzura.
Diario en Roma, Diciembre 20, 1825, EO XVII