En la carta que Eugenio había escrito al Arcipreste (pero nunca entregó) mencionó muy claramente por qué la aprobación Papal para la Congregación Oblata era esencial para su sobrevivencia en el futuro.
Actualmente nos encontramos en una situación crítica. Acudimos a la Santa Sede en busca de fuerza y consistencia, con una confianza comparable a la del niño que se dirige al padre amado. En caso de no recibir la aprobación de la Santa Sede, será el golpe de gracia, pues en el momento en que nos encontramos, el no aprobarnos equivale a disolvernos. Me permití comentarlo a Su Santidad, exponiéndole los motivos de mi petición; le suplico hacerlo de nuevo con su sagacidad habitual.
Los obispos saben que he acudido a Roma buscando la aprobación de la Sociedad; y desean sea aprobada. De no ser así, sospecharán algún motivo secreto que habrá de ponerlos en guardia; y suponiendo no tuvieran esta idea, por la estima que nos tienen, se puede temer que, en un momento de urgencia, en necesidad de sacerdotes para ministerios incompatibles con nuestras funciones y contrarios a nuestro Instituto, recordando que no estamos aprobados, llamarán a los suyos y nuestra Sociedad se verá destruida.”
Carta al Arcipreste Adinolfi, Sub-Secretario para la Congregación de Obispos y Habituales, Diciembre 23, 1825, EO XIII núm. 49.