Seguimos explorando lo que daba a Eugenio la fuerza interna para seguir adelante. Comienza su carta a Tempier, aclarando lo que dijera en una carta anterior, que podría malinterpretarse:
Mi querido Padre Tempier. Comienzo por rectificar algo que mencioné en mi última carta, que sería absurdo y ridículo, si no tuviera la confianza en mi amigo y confidente de mis más secretos pensamientos. Con toda certeza no lo habría mencionado a ninguna otra persona. Cuando dije que no pecaba, quise decir que pecaba menos; la razón es muy sencilla.
Luego explica que, cuando alguien hace algo importante para el trabajo de Dios, es esencial vivir tan unido a Dios como sea posible. Utilizaba todos los medios a su disposición para hacerlo.
En primer lugar, al ocuparme de nuestro asunto, he procurado aprovechar lo mejor posible las múltiples y extraordinarias gracias del jubileo.
Como hemos visto en publicaciones anteriores, aprovechó todas las ceremonias religiosas relacionadas al año jubilar. También estaba muy consciente de la historia religiosa de Roma, y de encontrarse recorriendo las mismas calles que innumerables mártires, santos y peregrinos, en su deseo de lograr una experiencia más profunda de Dios.
Por otra parte, aquí todo recuerda los grandes ejemplos de los santos, que parecen seguir viviendo para aquellos que recorren esta ciudad con un mínimo de espíritu de fe.
En tercer lugar, nunca perdió de vista la razón por la que trabajaba por la aprobación delos Oblatos
Además, teniendo entre manos un asunto de vital importancia, cuyas consecuencias van a influir tan poderosamente en la edificación de la Iglesia, la gloria de Dios y la santificación de las almas, obstaculizado por el infierno y que no puede triunfar sino gracias a una protección muy especial de Dios, el único que puede conmover los corazones y dirigir las voluntades de los hombres,
Por dichas razones tenía la tarea de vivir conscientemente la presencia de Dios
necesariamente tuve que convencerme de que era mi deber hacer todo lo que de mí dependía para vivir en la unión más íntima posible con Dios, y decidir ser fiel a su gracia y no contrariar Su espíritu. Tal como están actualmente las cosas, la menor infidelidad voluntaria me parecería un crimen, no sólo porque disgustaría a Dios, lo cual sería sin duda el mayor mal, sino también por las consecuencias que podría acarrear.
Carta a Henri Tempier, Enero 10, 1826, EO VII núm. 217
“Todas las experiencias humanas conforman el humilde camino de Dios a nosotros.” T. Dunne S.J.