El deseo de Eugenio de vivir siempre cerca de Dios le daba serenidad. Su costumbre de estar siempre consciente de la presencia de Dios, de vivir su oblación, le daba la confianza de que fuera lo que fuera, Dios nunca le abandonaba.
Sigamos rezando, mi querido amigo, y no dejemos de poner nuestra confianza en Dios. A él solo corresponde arreglar y disponer todas las cosas según su infinita sabiduría, para la mayor gloria de su nombre. Debo confesar que nunca en mi vida había comprendido como ahora el valor de este abandono en Dios, nunca me había sentido tan impulsado a poner en práctica esta virtud (porque lo es), como hoy. Sin embargo, el verdadero cristiano nunca debería dejarla.
¡Qué feliz estoy de haber hecho todo lo que ha dependido de mí para hacerla conocida!
Esto no impide rezar de todo corazón para lograr lo que uno cree bueno; por el contrario, uno reza con más confianza, con una especie de seguridad de ser escuchado.
Carta a Henri Tempier, Enero 20, 1826, EO VII núm. 219
“La fe es una confianza viviente y osada en la gracia de Dios, tan segura y cierta que un hombre podría apostar su vida a ella mil veces.” Martin Luther