Eugenio era escrupuloso acerca de los gastos innecesarios en él. Al escribir a Tempier desde Roma, le da una idea de a lo que su frugalidad le ha llevado.
Con este dinero pagué mis deudas, es decir, dos meses de alimentos en la casa donde vivo…
Lo que me inquieta es mi ropa. Hay que ver cómo la cuido. Aprovecho el tiempo seco para acabar de gastar mis viejos pantalones, que están rotos en ambas rodillas y en la entrepierna, por delante y por detrás, pero la sotana lo tapa todo. Cuando llueve, hay que levantarlo y se vería demasiado. Tengo demasiadas camisas, en cambio, los calcetines son mi tormento: cada vez que los uso, tengo que hacer agujeros. Si no tuviera que ir todos los días ante algún cardenal, no me quitaría la sotana vieja, cuyas arrugas ocultaría mi hermoso manteo; la uso por la mañana antes de salir. Sólo el amor a la pobreza es lo que me obliga a mudarme tres veces al día, porque al volver por la tarde, me cambio de nuevo, temiendo estar aún a la mitad de mi estancia aquí.
Carta a Henri Tempier, Enero 28, 1826, EO VII núm. 221
“Nuestra vida de pobreza es tan necesaria como el trabajo mismo. Sólo en el cielo veremos cuánto debemos a los pobres por ayudarnos a amar más a Dios por causa de ellos.” Madre Teresa