Yendo contrario a los consejos de sus cardenales, el Papa León fue claro en “que era su voluntad que nuestra Sociedad, cuyo valor parecía serle evidente, recibiera la garantía de una aprobación solemne.” En el lenguaje un tanto florido de la época, Eugenio explicaba:
¿Para qué recordar la afabilidad y delicadeza con que Su Santidad se dignó recibirme? ¿Y su extremada benevolencia, ciertamente muy por encima de mis méritos, que mantendrá en mi corazón sentimientos de agradecimiento y también de confusión? Respecto a la finura, a la aguda perspicacia y a la profunda sabiduría que el Santo Padre mostró en el curso de aquella conversación, nada podría expresarlo. Postrado a sus pies y muy tiernamente conmovido por la presencia del Vicario de Cristo, yo derramaba lágrimas y escuchaba ávidamente cada una de sus palabras, como otros tantos ante el representante de Dios; apenas le di a conocer los motivos de mi viaje y de mi petición, lo comprendió perfectamente y discernió a la primera ojeada las grandes ventajas que de ello podrían resultar.
¡Oh maravilla verdaderamente sorprendente y que será siempre la alegría y el honor de la Congregación! En este asunto de máxima importancia para la Iglesia, para la Sociedad y para cada uno de nosotros, el Sumo Pontífice lo hizo todo por decisión propia y bajo el influjo del Espíritu Santo que le guía siempre en el gobierno de la Iglesia. ¿De dónde, en efecto, procede esa benevolencia, ese incansable cuidado de protegemos, ese celo que, por decisión de su poder supremo, apartó los obstáculos? Él mismo se dignó indicarme cómo cumplir todas las formalidades, designarme a quienes debía ir a ver, y hacerme anotar en su mesa, sus nombres y direcciones. Pero, aún más sorprendente todavía, como el Prosecretario de la Sagrada Congregación encargada de los Obispos y Regulares (pues las funciones de secretario no estaban aún en manos de Mons. Marchetti, Arzobispo de Ancira, ese hombre eminente en todo género de ciencias y virtudes, a quien tanto debemos, por su gran diligencia en la ejecución de las órdenes del Sumo Pontífice),
Cuando dichas personas, después de estudiar el asunto llegaron a una conclusión negativa, el Papa fue en dirección contraria a ellos:
como concluía el Prosecretario en el primer informe a Su Santidad sobre nuestro asunto, siguiendo las normas de dicha Congregación, que nuestras Constituciones deberían ser simplemente alabadas, nuestro Santísimo Padre, le hizo saber, con gran sorpresa para él, su deseo de que nuestra Sociedad, cuya utilidad le era manifiesta, recibiera la garantía de la aprobación solemne llamada «en forma especial» y así fuera constituida en la Iglesia como verdadera Orden de religiosos.
Carta a todos los Oblatos, Marzo 25, 1826, EO VII núm. 232
Recordamos el reconocimiento y admiración del Papa León XII por los Oblatos, al igual que por 200 años los Papas han admirado y apoyado a la Congregación. El Papa Pío IX estimaba mucho a Eugenio y estaban constantemente en comunicación. El aprecio del Papa Pío IX se cita frecuentemente, al reconocer a los Oblatos de María Inmaculada como “Especialistas en Misiones Difíciles.” El Papa Pablo VI y Juan Pablo II lo reconocieron en las ceremonias de beatificación y canonización de Eugenio, y en nuestros capítulos generales.
“Agradezco a todos ustedes el afecto que muestran al Sucesor de Pedro, que correspondo cordialmente, y con mayor razón por la devoción que tengo por su fundador, San Eugenio de Mazenod, así como por mi estimación por su Congregación, a la vez Mariana y misionera.” San Juan Pablo II, 2004