Por consiguiente, reciban con alegría este código de nuestras Reglas que jubiloso les envío. Guarden estas Reglas con el cuidado más escrupuloso, que el Sumo Pontífice ha juzgado como aptísimas para llevar las almas a la perfección; que la paz de Dios que sobrepasa todo pensamiento custodie sus corazones en Cristo Jesús, y que el Señor, como a fieles administradores, les multiplique y les haga crecer en caridad recíproca y para con todos. Amén.
Dado en Roma, el año del Señor 1826, el 25 de marzo, día de la Anunciación de la Bienaventurada Virgen María.
C.J. Eugenio de Mazenod, superior general
Carta a todos los Oblatos, Marzo 25, 1826, EO VII núm. 232
Por doscientos años, los Superiores Generales, sucesores de Eugenio, han insistido en el mismo mensaje. El Padre Louis Lougen, hizo eco de los mismos sentimientos de Eugenio, al presentar recientemente la versión modificada de nuestras Constituciones y Reglas:
En el “Prefacio” escrito en 1825, San Eugenio de Mazenod dijo que para que la Congregación pudiera lograr su meta de trabajar más efectivamente para la salvación de las almas y para nuestra santificación, “ciertas reglas de vida [son] absolutamente necesarias para la unidad de pensamiento y acción entre sus miembros. Dicha unidad es la fortaleza de un cuerpo, que mantiene su fervor y asegura su permanencia.”
Recibamos estas Constituciones y Reglas de nuevo, con un entusiasmo renovado, para que nuestra Congregación tenga unidad, fortaleza y celo en la misión de predicar el Evangelio a los pobres y más abandonados.
“De haber fallas, están en nosotros mismos, y nuestra tarea por lo tanto, debe ser no rediseñar, sino renovar y reafirmarnos, en especial los estándares en los que todos creemos.” Elliot Richardson