Si usted hubiera visto al Papa en la audiencia de media hora que me concedió ayer, habría llorado de emoción. Con qué bondad me hablaba, con qué gracia sonreía a lo que yo le decía, con qué generosidad me concedía todo lo que le pedía, con qué confianza, no puedo privarme de decírselo, me hablaba de cosas muy secretas, que mostró la opinión que benévolamente tenía de mí, aunque sabía ya todo lo que el Santo Padre había dicho acerca de mí en diversas ocasiones, a personas diferentes. Así, me encontraba muy a gusto, aun estando arrodillado a sus pies, que nunca me permitió besar; me presentó, en su lugar, su santa mano que besé, con emoción y devoción, tomando la libertad de ponerla sobre mi frente.
Carta a Henri Tempier, Abril 16, 1826, EO VII núm. 237
En su diario, Eugenio registró su comentario y reacción personal:
Fui recibido en la misma sala que la primera vez. El Papa estaba sentado en el mismo sitio, pero lo encontré mucho mejor. Me hizo señas de que me acercara, para abreviar el ceremonial que pide tres genuflexiones, sólo hice una antes de colocarme junto a sus pies, donde quedé de rodillas a pesar de su insistencia en que me levantase. Las primeras palabras que le dirigí fueron de agradecimiento por las atenciones de que Su Santidad me había colmado; el Papa comprendió mi sinceridad, y me dijo que había hecho por mí lo que…, es decir, lo que había que hacer. El Santo Padre me dio tanta confianza que enseguida entablamos una conversación muy interesante, y si por mi parte le abrí del todo el corazón, él me habló con una confianza que me mostró la gran estima que tiene por mí. Aproveché tan hermosa ocasión para presentarle todas las peticiones que tenía anotadas. Sólo pedí perdonara mi indiscreción la última vez que estuve a sus pies. Había anotado dieciséis artículos que le presenté uno tras otro. El Papa no me negó nada; al contrario, con la bondad que le caracteriza, quiso concederme cuanto le pedí…
Nunca olvidaré todos los demás detalles de esa memorable audiencia. Terminé pidiendo al Santo Padre un rosario para mi tío y una medalla para mí. “El jubileo me ha dejado sin nada, me contestó, pero mañana entregaré a mons. Caprano lo que desea”. Y no lo olvidó, porque, en efecto, le entregó un rosario maravilloso engarzado en oro, con un broche y una medalla de oro, además de dos medallas de plata para mí. No fue posible besarle los pies, aunque me presentó dos veces la mano, que besé con profunda devoción. Le pedí la bendición apostólica para mi madre, mi hermana, sus hijos, su familia, mi tío, nuestra Sociedad y para mí mismo: “¡Oh!, se la doy de todo corazón, de rore coeli, dijo levantando los ojos al cielo, y hablándome de nuestros socios dijo: “que sigan trabajando mucho para el bien de las almas, etc”. Me encargó saludara a mi tío y me deseó un feliz viaje.
Diario en Roma, Abril 15, 1826, EO XVII
“El nuevo Papa sabe que su tarea es que la luz de Cristo brille más para los hombres y mujeres del mundo – no la propia, sino la de Cristo.” Papa Benedicto XVI