Al examinar la posibilidad de unir al grupo misionero del P. Favre con los Oblatos, Eugenio, el predicador misionero experimentado, analizaba el enfoque de algunos métodos prácticos del grupo. Los Oblatos se enfocaban a predicar el amor y la invitación a la conversión del Dios misericordioso. Sin embargo, Eugenio permanecía abierto a la posibilidad de que Dios le pidiera unir los dos grupos.
Se levantan a las cuatro, hacen una hora de oración, celebran las misas privadas y confiesan hasta las nueve. A las nueve empieza el primer ejercicio de la misión, un examen de una frialdad e insipidez increíbles, hecho desde el púlpito por un misionero, sobre uno de los mandamientos de Dios. Sigue la misa; al evangelio sube al púlpito otro misionero para el sermón, después del cual termina la misa, y se retiran para volver a las dos, para otro ejercicio.
Un misionero da el catecismo, interrogando a un niño aleccionado para responder convenientemente; las preguntas y las respuestas se suceden muy rápidamente. De todo lo que hacen estos señores, esto es lo que más me gustó. A las tres termina el catecismo y empieza la conferencia; asistí a la de ayer y a la de hoy, el mismo Sr. Favre fue quien las dio. ¡Ay, qué mal! Hacía juego con el sermón de la mañana, que era fatal. En esas conferencias, que son un verdadero diálogo de bobos, se repiten continuamente la misma idea y las mismas palabras. Hoy por ejemplo, se habló de todos los pecados cometidos contra cada mandamiento. Para cada mandamiento se hacía la misma enumeración: dos pecados diarios, suman catorce por semana, sesenta por mes, etc., tantos por año, por diez años, por veinte, etc. y así sucesivamente. Después de recorrer los mandamientos, se revisan los pecados cometidos por los sentidos, por el cuerpo, por el espíritu, en la infancia, en la juventud, en la edad madura y en la vejez, usando suma y multiplicación y sirviéndose siempre de las mismas expresiones, sin poner el menor sentimiento. ¡Qué mal estaba eso! No podía aguantar más.
Carta a Henri Tempier, Junio 10, 1826, EO VII núm. 248
“Necesitamos discernir lo que vemos, lo que escuchamos y lo que creemos.” Charles R. Swindoll