Este pequeño fragmento de la descripción de Eugenio nos da la clave para entender por qué, a pesar de las reacciones negativas de otros, él no abandonó su propósito de vivir sus ideales. Los acontecimientos difíciles que sufrió en sus 26 años de vida le enseñaron a observar a las personas con una visión más profunda, y así fue capaz de entender y responder a sus necesidades y ser un eficaz constructor de comunidad, un predicador convincente y un misionero incontenible.
Nunca he logrado explicarme la acción de los demás por su supuesta intención. La experiencia me demuestra que un medio seguro de equivocarme, es suponer buenas intenciones en quien obra mal; prefiero no juzgar, es decir, no hacer mías las consecuencias que mi espíritu quiere sacar de las apariencias. Han observado desde mi infancia, que captaba fácilmente ciertos matices que escapan a la mayor parte de los que con frecuencia ven sin observar, y esas observaciones casi involuntarias son las que ayudan a no equivocarme sobre el carácter, los gustos, las disposiciones, la sinceridad de aquellos con los que se vive.
Autorretrato de Eugenio para su director espiritual, en 1808, E.O. XIV n. 30
Él usaba esta capacidad de observación para entrar profundamente en una meditación diaria de la “vida y virtudes de Jesucristo”, en un estudio diario de las Escrituras y convertir esto en una misión para llevar a otros a tener una experiencia semejante a la suya con el Salvador.