Eugenio escribe al P. Honorat, en Notre Dame du Laus, para anunciarle la muerte del Oblato de 26 años, Jacques Marcou.
Dios acaba de llevarse, mi muy querido Padre, a uno de nuestros más santos misioneros. Fue ayer a las cuatro de la tarde cuando nuestro bienaventurado hermano, fue a tomar posesión de la gloria que nuestro divino Maestro prometió al servidor fiel que muere en la paz del Señor.
Hubiera querido que todos los miembros de nuestra Sociedad estuviesen presentes para ese tránsito de un alma pura que va a unirse a su Dios por toda la eternidad. ¡Qué santa muerte! Estuvo consciente hasta el último suspiro, precedido por estas conmovedoras palabras: ¡Hermoso cielo!, pronunciadas con la mayor dulzura y una sonrisa celestial. No dudo que este santo religioso, querido y muy amado hijo, haya visto en ese momento el lugar que iba a ocupar a los pies de nuestra buena Madre que le asistió de modo especial; por eso, con qué tierna devoción llevó a sus labios y su corazón la imagen que le presenté cinco minutos antes expirar. Fue librado milagrosamente de toda angustia y temor. Claramente el cielo le estaba asegurado. Estaba seguro de ir ahí por la protección de nuestra Madre y la mediación de nuestro divino Maestro
Carta a Jean Baptiste Honorat, Agosto 21, 1826, EO VII núm. 251
“Es tonto y errado llorar a los hombres que mueren. En vez de ello, debemos agradecer a Dios que hayan vivido.” George S. Patton