Después de una larga pausa, San Eugenio nos habla de nuevo. Mi participación en la enfermedad y la muerte de un familiar cercano dio lugar a una interrupción de estas reflexiones mucho más larga de lo esperado.
Durante este período experimenté la presencia y la guía de San Eugenio. Mientras que yo vigilaba cerca del lecho de muerte durante casi dos semanas, constantemente recordaba la importancia que esta actividad tuvo por Eugenio, en principio para los miembros de su congregación de jóvenes, luego por los Oblatos y los miembros de su familia. Él me enseñó a ver esta actividad como un ministerio.
Considero como un deber principal asistir a todos aquellos de nuestros hermanos que estén en peligro de muerte y a mi alcance.
Carta a Hippolyte Courtès, Julio 22, 1828, EO VII núm. 307
Hay muchas descripciones sobre cómo Eugenio acompañó a los moribundos. Sentí una gran emoción por la descripción de su presencia cerca del lecho de muerte de su padre:
Su muerte ha sido de las más edificaciones. Quiera Dios que pueda gozar al terminar mi vida de tan bellos sentimientos.
¡Qué consuelos proporciona la religión en ese momento supremo al hombre que vive en la fe! Es evidente, por encima de la naturaleza.
¡Qué paz, qué santa seguridad, qué dulce confianza, pero también qué avidez de oír hablar de Dios, qué agradecimiento por sus beneficios, qué humildad! Era encantador y desgarrador a la vez. Se ha dormido en el Señor que le tendrá en cuenta tantas virtudes..
Carta a los estudiantes y novicios, en Ntra. Sra. del Laus, el 24 de octubre 1820,E.O. VI n.55
Un segundo pensamiento guía para mí fue la convicción de Eugene que la muerte de todos los Oblatos significó un complemento a la comunidad oblata en el cielo. Sin duda, esto es válido para todos los que están muriendo – una invitación para animarles recordando por su nombre sus seres queridos que han fallecido y esperan para darles la bienvenida en el paradiso. Un consuelo para nosotros también cuando la persona amada nos ha dejado.
Tenemos cuatro en el cielo; es ya una hermosa comunidad. Son las primeras piedras, las piedras fundamentales del edificio que debe ser construido en la Jerusalén celeste; están ante Dios con la señal, con la enfespecie de carácter peculiar de nuestra sociedad… Estamos unidos a ellos por los lazos de una caridad particular, son todavía nuestros hermanos y nosotros los suyos; habitan en nuestra casa madre, en nuestra capital; sus oraciones y el amor que siguen teniéndonos nos atraerán un día hacia ellos para que habitemos con ellos en el lugar de nuestro descanso.
Carta a Hippolyte Courtès, Julio 22, 1828, EO VII núm. 307