Cuando alguien deseaba unirse a los Oblatos, el primer paso era un período como postulante, seguido de uno de intensa formación, conocido como noviciado. Se trataba de la etapa crucial del proceso formativo del futuro Oblato.
Tenemos un noviciado muy estricto. Si los individuos no son considerados aptos para las virtudes religiosas, se les despide sin más, lo que hace que el pequeño número de los que perseveran tengan una vocación verdadera.
Carta al Obispo Miollis de Digne, Marzo 10, 1828, EO XIII núm. 65
El objetivo del noviciado era ayudar a la persona a transformarse en un verdadero misionero.
Un noviciado que sea verdadero, en el que los individuos sean formados con una mano maestra, donde se cuide inculcarles todo cuanto tiende a formar un verdadero misionero, de donde salgan llenos de virtudes, hechos a la obediencia y penetrados de apego y respeto por las Reglas y todo cuanto prescriban.
Carta a Henri Tempier, Noviembre 26, 1825, EO VI num. 208
Nuestra Regla de Vida actual continúa subrayando su importancia: “El noviciado, período de iniciación del candidato en la vida religiosa oblata, está orientado hacia un compromiso público en la Congregación. La admisión al noviciado corresponde al Provincial. Bajo la guía del Maestro de novicios, los aspirantes se aplican a captar el sentido de la vida consagrada. Así pueden discernir más claramente el llamamiento del Señor y disponerse, en clima de oración, a responder al mismo.” CCRR, Constitución 55
Un noviciado, en el sentido más amplio de la palabra, se aplica a todos nosotros en forma continua. El ser discípulos no es un estado de vida estático, sino uno dinámico, al seguir a Jesús. Todos nosotros necesitamos discernir en forma constante el llamado del Señor, y en oración, estar dispuestos a hacerlo todos los días.
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“Siempre da lo mejor de ti. Lo que plantes hoy, será cosechado más adelante.” Og Mandino