Meditar sobre el Evangelio de la huida a Egipto lleva a Eugenio a reflexionar sobre su relación con Dios Padre. Las palabras vienen fácilmente a él a causa de su propia excelente relación con su padre, Carlos Antonio. La sensación de Eugenio de estar totalmente “en casa” con Dios Padre se refleja a través de su vida en su propia relación con sus “hijos” en la Congregación Oblata y en la Diócesis de Marsella.
Porque Eugenio amaba a sus padres por igual, el quedó roto por su divorcio y anhelaba la reconciliación –que nunca ocurrió. No es sorprendente que muchos consideren a san Eugenio como un patrón de familias en dificultad. El entendió el sufrimiento y todavía hoy lo entiende.
Si nuestra fe fuera más viva, diríamos con más confianza estas palabras que tenemos tantas veces en la boca y, es de temer, tan raramente en el corazón: Padre nuestro que estás en el cielo. Esta frase consoladora que no deberíamos pronunciar más que con el sentimiento más tierno de amor y de gratitud, es el fundamento de todas nuestras esperanzas, el mayor motivo que podemos tener para abandonarnos sin inquietud a todas las disposiciones de la Providencia. Puesto que Dios es nuestro Padre, a él le toca proveer a todas nuestras necesidades y velar sobre los peligros que nos amenazan, etc.
Nuestro adorable Salvador, que era también el Hijo (no por mera adopción como nosotros, sino por generación divina y eterna) nos ha dado el ejemplo de las consecuencias que debemos sacar de esa sublime prerrogativa. Toda su vida ha sido para nosotros un modelo de ese abandono filial a la voluntad de su Padre
Notas de retiro, diciembre 1814, E.O. XV n. 130