En 1795 Eugenio tuvo oportunidad de hacer un breve viaje a Toscana acompañando a su madre, a la que los intereses de la familia requerían en Francia. La hermana de su madre, la marquesa de Dons, había regresado con su hijo; la madre de Eugenio habría perdido los derechos a la herencia de su padre, de prolongar su permanencia en el extranjero. Era preciso se efectuara esa dolorosa separación; llevaba consigo su hija…
Al dejar a su madre y hermana, volvió a Venecia con su padre para reanudar sus estudios y ocupaciones en casa de los Zinelli, con quienes permaneció hasta que la familia salió para Nápoles.
La familia de la madre de Eugenio la presionó para volver a Francia y continuó interfiriendo en forma negativa en la relación con su esposo. En 1802 se divorció de él legalmente.
El padre de Eugenio estaba ocupado por completo, sin éxito, en tratar de obtener un ingreso en Venecia y no tenía mucho tiempo para cuidar de su hijo. El rompimiento de la vida familiar de Eugenio le llevó a beneficiarse del cariñoso ambiente en la familia Zinelli
Cuatro años pasaron: el afecto de esa familia tan respetable que me había adoptado iba creciendo en proporción al apego que yo sentía por ella…
¿Cómo no habría de progresar en tan buena escuela? La familia en la que vivía era eminentemente cristiana, y D. Bartolo, quien se había encargado especialmente de mí, era un verdadero santo canonizable. …
Diario del Exilio en Italia, EO XVI
Este suceso en la vida de Eugenio dejaría una impresión: “perder” a su familia siendo adolescente le hizo apreciar y evaluar la vida familiar por el resto de su vida adulta: la importancia de la relación con su propia familia, su deseo por crear un sentido de familia entre su congregación de jóvenes, y su visión de los Oblatos como una familia. Fue una de las semillas que influenciaría el desarrollo y expresión de su espiritualidad – y la nuestra.
Al reflexionar en ello, me encuentro pensando con gratitud en la gente que me ha dado apoyo en varios momentos de pérdida en mi vida.
“Y siempre se ha sabido que el amor no conoce su propia profundidad hasta la hora de la separación.” Khalil Gibran