Las cartas de Eugenio a su padre durante los primeros años de su regreso a Francia muestran qué tan inmerso estaba en la vida social y valores de la clase alta de Aix. Su contenido está lleno de comentarios sociales respecto a quien lo rodeaba. El incidente de ser desairado por la familia Gallifet parece mostrar la escala de valores en la que había sido atrapado. Escribe a su padre:
Estoy muy disgustado con la familia Galliffet; han llevado su descortesía al límite al no invitarme a la cena para más de 150 personas que dieron el último día del carnaval. No es por la cena en sí lo que me molesta, pues nunca ceno; pero encuentro muy impertinente su decisión de excluirme.
Así que de la misma manera inflijo en el viejo charlatán (tiene el disfraz y la apariencia) el castigo cotidiano al que es tan sensible: no solo no llego a su casa, que debe darle lo mismo, sino que no le saludo cuando le encuentro, lo que es más notorio, pues soy cortés y considerado con los demás, excepto él, con quien no hay reconciliación. ¡Podrás creer que no puede acostumbrarse a esta falta de respeto. Oh, fue tan divertido al principio del castigo! En cuanto me vio, se apresuró a acercarse con una graciosa sonrisa que parecía buscar la respuesta a la que está acostumbrado recibir de los espectadores. Devolví su mirada con una de indiferencia, que de inmediato alejé al voltear al lado opuesto. ¡Ah! Si tan solo hubiera tenido la torpeza de pedir alguna explicación para mi acción, qué replica le tenía preparada – que el más despreciable de los hombres, no tendría justificado decirle!
Carta a su padre, Marzo 21, 1805, Biblioteca Méjanes, Aix
En este arrebato es difícil identificar a San Eugenio, quien dedicaría su vida a servir a los más abandonados y a las clases socialmente excluidas. Su amoroso encuentro con Cristo Salvador sería el conducto de la gracia de Dios para una transformación inimaginable que cambió su vida. Es una invitación para nosotros, su familia Mazenodiana, a hacer lo mismo en nuestro esfuerzo por ver a los demás a través de los ojos de Cristo Salvador.
“La dignidad no consiste en poseer honores, sino en merecerlos.” Aristóteles