“El decaimiento de la vida espiritual de Eugenio se manifestó primero como mediocridad, acentuándose en la forma de una tibieza más profunda y culminó en lo que el Padre de Mazenod llamaría una ‘franca deserción’.” Así, Pielorz (pág. 123) resume el decaimiento espiritual de Eugenio, que comenzó en Palermo y continuó por varios años.
Las cartas a su familia de 1799 – 1804 en nuestro poder, no reflejan el fervor que había sido característico del joven Eugenio en el Colegio de Nobles y en Venecia con Don Bartolo. Cuando falleció la duquesa de Cannizzaro, a quien llamaba su segunda madre, Eugenio se refugió en la poesía romántica trágica y no en la oración ni el consuelo espiritual.
Pielorz (pág. 131) sigue comentando: “La correspondencia de Eugenio en los años de 1802 a 1805, aproximadamente cien cartas en total, no revelan mucho de algo positivo en cuanto a su vida espiritual. Si debemos juzgar por una fiel observancia de Cuaresma en ese período, Eugenio debió haber cumplido las obligaciones de los preceptos de la Iglesia, en cuanto a la confesión anual y recibir la Santa Comunión, así como asistir a Misa.”
Al ver este período de su vida, varios años después como sacerdote participante en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y utilizando ese simbolismo, Eugenio escribió acerca de haber fallado al servicio del Reino de Cristo:
La parábola de san Ignacio es admirable y se aplica maravillosamente a cualquier situación. He sido llamado como los demás, a combatir bajo ese gran Rey contra sus enemigos, que son también los míos. Fui enrolado en su milicia desde mi nacimiento al momento de mi bautismo, pero apenas tuve uso de razón, seducido por el enemigo, me uní a sus filas. Pronto volví a mi deber, pero en mi estadía entre los rebeldes y acostumbrándome a ella, me gustó la rebeldía por la independencia y, por más que viviera en el campo del Rey y me alimentase en su mesa, mantenía sin embargo culpables relaciones con el enemigo.
Esta infidelidad me arrastró pronto a una deserción abierta, y de nuevo dejé las banderas de mi Príncipe para ir a combatir en las filas enemigas. Allí sobresalí demasiado; poco faltó para rivalizar con los más hábiles; a excepción de una sola, todas sus maniobras me eran familiares; y aun esa, que gracias a Dios, me causaba una especie de repugnancia, la habría aprendido sin duda al final, si el Señor que ya tenía sus designios sobre mí, no me hubiera preservado de esa última desgracia.
… Soy sacerdote, pero ¿me estoy engañando? ¿No soy yo el que ha vivido en pecado mortal y perseverado en ese horrible estado sin pensar en salir, o más sinceramente, sin querer realmente salir de él, y esto por cuánto tiempo? ¡Ay, sí, ese soy yo!…
Notas de Retiro, Diciembre 1814, EO XV núm. 130
“ME ALEJÉ de Él, por noches y días; me alejé de Él, bajo los arcos de los años; me alejé de Él, por los laberintos de mi propia mente; y entre lágrimas me escondí de Él.” Francis Thompson, A la Caza del Cielo